26 de septiembre de 2010

Pacto con Lobos

Exhibir cabezas o sicarios del narco y presentar un parte de guerra, como Informe de Gobierno, no basta. El Presidente de la República llega a su quinto año con un hándicap (número de “strokes”) difíciles de remontar. Las condiciones sociales y económicas del país contrastan con su versión. La realidad niega lo que dice. Las cuentas no cuadran, el diálogo no existe.
En la arenga que solo a él emociona, con frases que a nadie conmueven, con gritos que convocan a la unidad nacional que no supo o quiso construir, varios invitados corresponsables del desastre, dormían plácidamente. Los despiertos, conscientes de que el sexenio entra a su fase final, ponían caras de estar haciendo el favor con su presencia.
Aunque si ha pesado la conciliación que Felipe Calderón no supo propiciar y construir, el panorama desolador que tiene viviendo a medio país en condiciones de otro siglo, no escapan a la voracidad de una clase política que ha propiciado la grosera impunidad que se respira, que infesta a lo poco que queda de decencia de lo que debiera ser el propósito esencial de la democracia.
¿Por qué desaprovechar la oportunidad de lo que debiera ser un mensaje político y reducirlo a un informe de guerra? ¿Sobra ocuparse de las víctimas de la criminal política económica? Si bien México no es sinónimo de barbarie, poco falta para serlo. No nos engañemos.
Para gobernar hay que simplificar las cosas, decían los clásicos. La bestia (delincuencia organizada) está en nuestro bosque, imposible de eliminar si no apuntamos a las causas de su existencia, de su capacidad para multiplicarse y hacer de la violencia un recordatorio al Estado de su innegable fuerza.
Apostando más a un escenario bélico que a uno de responsabilidad histórica, Felipe Calderón, hizo de la guerra al crimen organizado prioridad de su gobierno. A partir de ahí, instituciones, fuerzas de seguridad, presupuesto y todo el aparato del Estado se orientaron a ese compromiso presidencial, por lo que no es casual que se presente a la Barbie como prueba de que su camino es el correcto y trofeo de última hora, en un reality show que nadie cree.
Los cuerpos de seguridad no engañan al presidente, lo obedecen, aunque en esos resultados y palos de ciegos violen la Constitución, elementales derechos humanos, harten a la sociedad y rieguen con sangre al país.
La relación entre el narcotráfico y corrupción, no es nueva y si el combate no es parejo, su fin no tiene para cuando. No solo combatiendo a la narcodelincuencia se acabará este flagelo, hay que establecer responsabilidades y encarcelar a los políticos que la consintieron, que se han beneficiado de ella y que hoy aparecen combatiéndola. Aunado al financiero, hace falta desmontar el poder político de los narcos. En este momento en Colombia se tienen encausados a 97 congresistas, decenas de jefes políticos regionales y alcaldes por sus vínculos con los narcotraficantes. ¿Por qué aquí no? Hecho esto, habrá oxigeno y credibilidad para discutir otras medidas.
Pero, en nuestro débil estatuto ético, se trata de justificar la “doctrina de seguridad democrática”, como si la clase política dirigente fuera una víctima y no un activo del problema.
En el daño que le causan a México no hay diferencia sustancial entre la actividad de la delincuencia organizada y una clase política no interesada en reconfigurar el poder del Estado, porque son parte estructural del problema. El enemigo está dentro de los poderes públicos, haciendo más daño que cien Barbies, Azules, Barbas o Chapos, con costos humanitarios y de corrupción brutales.
Las organizaciones criminales son hijas del poder, nacieron al lado de élites políticas y económicas, que les dieron cobertura. El pacto entre éstas no fueron palabras al viento, sino de logros mutuos por medio de la combinación de violencia, narcotráfico y política. Esa enorme conexión con el poder les permitió llegar a altos niveles del Estado y conocer cómo opera éste y, por su capacidad corruptora y criminal, terminaron imponiéndose al que tiene el capital político. Por eso el espectro nacional es dramático. En ese conflictivo reacomodo de pactos de lobos, embarraron al país.
Continuar con la actual estrategia, es perder más tiempo y vidas. No es necesario abrir la caja negra para entender la necesidad de otra visión del poder público. Es momento de dejar de hacer política con los unos, mientras se dice combatir a los otros. Las cosas ya no pueden seguir así. El riesgo de quiebre es gigantesco; el país está cancelando su futuro. Urge evitar el sacrificio de las futuras generaciones; combatir eficazmente la pobreza, más allá de la asistencia social; en pocas palabras, una visión integral, ambiciosa, fuerte, con rumbo claro y de largo plazo. Y si me apuran, es igualmente indispensable una gran y generosa reconciliación, en la que nadie saque ventaja; en la que dejemos de vernos con las etiquetas de buenos y malos que nos hemos colocado en la frente unos a otros. Total, cada quien sabe lo que ha hecho y dejado de hacer por este país.