9 de mayo de 2011

Nada se construye en un solo día.

En el contexto del centenario de la máxima casa de estudios, el filósofo y ministro de educación en España, Ángel Gabilondo Pujol, advirtió que nunca seremos del todo libres mientras no lo seamos todos, nunca nuestra palabra será efectiva y justa mientras el dolor y la pobreza alcancen a alguien. En la ceremonia realizada en el Palacio de Minería de la UNAM, cargada de un sentido científico, humanístico y artístico, pero también crítico y propositivo, Gabilondo Pujol planteó la posibilidad de reivindicar a la educación, la ciencia y la investigación como caminos en la lucha contra la miseria y la ignorancia que predominan en el mundo. En un mundo que ha hecho del éxito rápido, de la acumulación del poder, un sentido, resulta admirable celebrar la austeridad y la sencillez de los valores del compromiso, de la defensa y de la lucha por la diversidad, de la reivindicación de lo intercultural. La educación, con virtudes innegables, vive momentos difíciles, las políticas educativas se encuentran fisionadas por intereses políticos, cuando no exclusivamente sindicales, que no han entendido que a la única medida que podemos recurrir para salir del atraso es fortalecer el sistema educativo. Las grandes transformaciones se derivan de la suma de voluntades de toda la sociedad, de claridad en el rumbo y secuencia en el ritmo. Nada se construye en un solo día o con ocurrencias de gobiernos; la educación es un reto colectivo capaz de ser viable con el mayor número posible de mexicanos comprometidos con la transformación y regeneración del país. Si bien es verdad, según las fuentes oficiales, que se construye un aula cada dos horas, también es verdad que cada dos horas desertan 148 alumnos aprobados, la mayoría de los cuales, cabe suponer que lo hacen por falta de recursos económicos. La relación de la problemática educativa con la desigualdad social y económica en general es perfectamente explicita desde esta perspectiva. Hoy la sociedad desprotegida transita impetuosa para volverse una sociedad del desperdicio de lo más preciado que tiene y de lo que tanto le costó alcanzar. La juventud se quema a diario como potencia del futuro en el desempleo, la inocupación o la incultura y el analfabetismo tardío. Y la pluralidad política, que nos prometía democracia y buen gobierno se corroe por la banalidad del discurso de los políticos que no encuentran en la sociedad civil y sus organizaciones el correctivo mínimo necesario. “La ausencia de una fórmula infalible no hace menos necesaria la previsión social…. Las previsiones razonables, valen más, aunque resulten erróneas, que la ceguera total”, nos recordaba el maestro Pablo Latapí. Los tiempos que vivimos, influidos por una crisis económica de proporciones inusitadas, y marcados por la pobreza y la desigualdad, obligan a reforzar el compromiso de nuestra comunidad con las supremas tareas y objetivos de la educación. Desde y frente a la desigualdad que es sobre todo una expresión de la injusticia social y no un mandato de las leyes de Dios o la naturaleza, la sociedad tiene que empezar a definir y a decidir el curso futuro que pueda llevarla a puertos más seguros y, si se puede, promisorios.