20 de junio de 2010

José Saramago

Novelista enérgico, comprometido con la fuerza de la palabra, José Saramago, ha muerto este viernes 18 de junio, en su residencia de la localidad de Tías, en Lanzarote, Islas Canarias. Fue un hombre directo y a veces irritable, que contrarió a muchos. Tras una confrontación pública con el gobierno portugués en 1992, se mudó a Canarias, donde vivió desde entonces. La gente solía decir: “es bueno, pero es un comunista. Ahora dicen: es un comunista, pero es bueno”, expresó a Associated Press en una entrevista en 1998.

El primer ministro portugués José Sócrates declaró que Saramago fue “una de nuestras grandes figuras culturales y su desaparición ha empobrecido nuestra cultura”.

“Sé que no compartíamos el mismo horizonte político. Él creía en unos ideales que no son los míos, pero eso no impide que aprecie en su obra la convicción compartida de que la dignidad del hombre, más allá de las diferencias, siempre cuenta”, expresó Mariano Rajoy, presidente del Partido Popular Español. “Fuimos amigos personales, aunque a veces diferimos políticamente. Pero una prueba de la amistad es saber estar en desacuerdo y mantener una gran amistad, al fin y al cabo lo que sobrevive de un escritor no es su ideología, sino su literatura”, señala Carlos Fuentes.

Saramago es uno de los grandes escritores del siglo 20. Nacido el 16 de noviembre de 1922, en Azinhaga, Portugal, escapó a su condición nacional para unirse a la gran constelación mundial de narradores que constituyen hoy la narrativa de la globalidad, nos recuerda el escritor mexicano.

Crítico y auténtico dijo en 1998, ante la Real Academia Sueca: “el hombre más sabio que he conocido en mi vida, no sabía leer ni escribir”, con esa humildad quiso iniciar su discurso en portugués, recordando sus orígenes de una familia de pastores analfabetos y pobres para los que un libro era un lujo inalcanzable. Saramago recibía el Premio Nobel a los 76 años, el primero concedido a un escritor portugués. Ese sabio era su abuelo Jerónimo Merlinho, el de la aldea natal de Azinhaga, el marido de Josefa Caixinha, que se había despedido de la vida abrazando cada uno de los árboles de la huerta. Jerónimo el que enseñó al nieto a contar historias durmiendo en el verano bajo la higuera, será recordado como un clásico en toda la historia de los discursos de la entrega de los Nobel.

Autor comprometido, utópico, comunista, con la ética como principio creativo que brilló en toda su producción literaria. De esa conjugación de literatura y compromiso, salieron Ensayo sobre la ceguera, La balsa de piedra, Memorial del convento, Cuadernos de Lanzarote, La Caverna, El hombre duplicado.

Nunca dejó de denunciar los efectos de la globalización a la que se refería como un nuevo totalitarismo o con su cita preferida, la de la Sagrada familia (Karl Marx): “Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces es necesario formar las circunstancias humanamente”.

La participación política fue muy importante para el escritor, de un sentimiento solidario, la conciencia de tomar parte en una lucha por la humanidad, con todas las sombras históricas que esa lucha ha tenido. “En estos asuntos es muy importante la memoria colectiva, pero también la personal. Recuerdo siempre a un camarada con el que yo trabajaba y que fue preso por la policía política. Lo sometieron a la tortura del sueño, la privación del sueño, durante dos semanas. En ese estado no me denunció, no habló, no dijo de mí una sola palabra. Asocio eso a la integridad humana. Ha habido mucha gente así sin esperar nada a cambio”.

“Cuando no pertenezca al mundo de los vivos me gustaría que se editara un último volumen en la que se recojan todas las cartas de los lectores y de los amigos. Creo que sería un magnífico complemento para saber lo que se piensa sobre la calidad literaria de mi obra”, expresó Saramago, un 9 de abril de 1999 cuando visitó Granada, la ciudad de su gran amor, la periodista Pilar del Río. Uno de sus amigos recuerda una de las frases más repetidas del novelista: “Lanzarote me da aire y Pilar, equilibrio”.

Ha muerto uno de los críticos más exigentes y talentosos, escritor arriesgado y sin concesiones, que supo mirar con su agudo sentido muchas de nuestras llagas y miserias. “Si no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales”, nos recuerda este prolífico autor en su Ensayo Sobre la Ceguera (p. 137).

El semáforo está en verde, pero la muerte del novelista nos impide avanzar, nos ha dejado ciegos súbitamente. Ahora entendemos su compromiso y la fuerza de su palabra; sus reflexiones sobre la solidaridad. Lamentamos la ceguera de un mundo sin Saramago. La lucidez es un privilegio de pocos.

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