24 de octubre de 2010

Ortega y Gasset, su apuesta laica


Hace cincuenta y cinco años falleció en Madrid, España don José Ortega y Gasset (9 de mayo de 1883-18 de octubre de 1955) y hace 80 se publicó La rebelión de las masas (1930), uno de sus libros más importantes, acaso el que se leyó y tradujo más en todo el mundo. Dos aniversarios que deberían servir para revalorizar el pensamiento de uno de los más elegantes e inteligentes filósofos liberales del siglo XX.

Buena parte de ese pensamiento conserva su vigencia y alcanza en nuestros días notable actualidad, luego de la caída del Muro del Berlín y doctrinas parasitarias. Lo demuestra mejor que nada La rebelión de las masas, que aunque publicado en 1930, había sido ya anticipado en artículos y ensayos desde dos o tres años antes. El libro se estructura alrededor de una intuición genial, escribe el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa: ha terminado la primacía de las élites; las masas liberadas de la sujeción de aquéllas, han irrumpido en la vida de manera determinante, provocando un trastorno profundo de los valores cívicos y culturales y de las maneras de comportamiento social. Escrito en plena ascensión del comunismo y los fascismos, del sindicalismo y los nacionalismos y los primeros brotes de una cultura popular de consumo masivo, la intuición de Ortega es exacta y establece uno de los rasgos claves de la vida moderna.

En su defensa del liberalismo, Ortega insiste en el carácter laico que debe tener el Estado en una sociedad democrática. “La historia es la realidad del hombre. No tiene otra”, diferenciando la incompatibilidad profunda que existe entre un pensamiento liberal y el de un católico dogmático. “La historia no está escrita, no la ha trazado de antemano una divinidad poderosa. Es obra solo humana y por eso, todo es posible en la historia”.

Uno de los grandes méritos de Ortega y Gasset es haber sido capaz de llevar a un público no especializado, a lectores profanos, los grandes temas de la filosofía, la historia y la cultura en general, de un modo que pudieran entenderlos y sentirse concernidos por ellos sin trivializar ni traicionar por esto los asuntos que trataba.

Ese prurito obsesionante por hacerse entender de todos sus lectores es una de las lecciones más valiosas que nos ha legado, una muestra de su vocación democrática y liberal, y de luminosa importancia en estos tiempos, en que, cada vez más, en las distintas ramas de la cultura, se imponen, sobre el lenguaje común, las jergas o dialectos especializados y herméticos a cuya sombra, muchas veces, se esconde, no la complejidad y la hondura científica, sino la prestidigitación verbosa y la trampa.

Fue, por su talante abierto y su tolerancia para las ideas y posturas ajenas, un liberal.

El fracaso de la República y el baño de sangre de la Guerra Civil española traumatizaron, en lo que concierne a sus ideales políticos, a Ortega y Gasset. Había apoyado y puesto muchas ilusiones en el advenimiento de la República, pero los desórdenes y violencia que la acompañaron lo sobrecogieron. (“No es esto, no es esto” proclamó en su célebre artículo sobre la República Española en crisis).

A su juicio, la democracia liberal “es la forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia”.

La historia contemporánea ha confirmado a Ortega como el pensador de mayor coherencia que ha dado España a la cultura laica y democrática.

El pensamiento liberal contemporáneo tiene mucho que aprovechar de las ideas de Ortega y Gasset. Ante todo, redescubrir que, contrariamente a lo que suponen los que se empeñan en reducir el liberalismo a una receta económica de mercados libres, reglas de juego equitativas, aranceles bajos, gastos públicos controlados y privatización de las empresas, aquél es, primero que nada, una actitud ante la vida y ante la sociedad, fundada en la tolerancia y en el respeto, en el amor por la cultura, en una voluntad de coexistencia con el otro, con los otros, y en una defensa firme de la libertad como un valor supremo que es, al mismo tiempo, motor del progreso material, de la ciencia, las artes y las letras, y de esa civilización que ha hecho posible al individuo soberano, con su independencia, sus derechos y sus deberes en permanente equilibrio con los demás, defendidos por un sistema legal que garantiza la convivencia en la diversidad.

La libertad económica es una pieza maestra, pero no única de la doctrina liberal.

La doctrina liberal y el laicismo, es una cultura en la más amplia acepción del término. Es hora de que la cultura de nuestro tiempo conozca y reconozca, por fin, como se merece, a José Ortega y Gasset.

17 de octubre de 2010

17 de octubre de 1953



En qué habrá afectado a nuestra existencia el hecho de ser mujeres?¿Qué oportunidades, exactamente, nos han sido dadas y cuales nos han sido negadas? ¿Qué suerte pueden esperar nuestra hermanas más jóvenes y en qué sentido hay que orientarlas?, se pregunta Simone de Beauvoir en su libro El segundo sexo.

A finales del siglo XVIII Francisco de Miranda -precursor de la independencia de Venezuela- en una conversación con el alcalde de París, M. Pethion, comentaba: “¿Por qué en un gobierno democrático la mitad de los individuos no están directa o indirectamente representados, siendo así que ellas, las mujeres, se hallan igualmente sujetas a esa severidad de las leyes que los hombres han hecho conforme a su voluntad?”. Miranda, quizás, hacía eco de una Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana redactado por Olimpia de Gauges en 1791.

Muchos años después, al grito de “Que lo repita”, “Que lo repita”, mas de 20 mil mujeres congregadas en el Parque 18 de Marzo, de la ciudad de México, el 6 de abril de 1952, demandaban al candidato presidencial Adolfo Ruíz Cortines que cumpliera con su promesa de plasmar en la Constitución el derecho de las mexicanas a votar y ser electas.

El 17 de octubre de 1953, “don Adolfo” –ya como presidente- promulgó las reformas que otorgaron el voto a las mujeres en el ámbito federal. El nuevo texto del artículo 34 Constitucional señalaba: “son ciudadanos de la República los varones y las mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan, además, los siguientes requisitos: haber cumplido 18 años, siendo casados, o 21 si no lo son, y tener un modo honesto de vivir”.

Se consumaba así una lucha y comenzaba otra que parece interminable: aquella que tiene que ver con la ciudadanía plena de las mexicanas.

Ese reconocimiento no fue un obsequio ni una concesión, sino el resultado de movimientos universales y locales a favor de la equidad de género. “El voto no es una concesión, nacemos con derechos”.
Las primeras peticiones para la obtención del voto se remontan a los inicios de la etapa republicana. En 1821, un grupo de mujeres de Zacatecas, pidió al gobierno, que se les considerara ciudadanas por su contribución a la causa de la independencia.

En 1884 y 1887, la revista femenina Violetas del Anáhuac, fundada y dirigida por Laureana Wright González y escrita solamente por mujeres, demandó el sufragio femenino.

Hacia 1910, diversas asociaciones se unen a Madero, entre ellas el club femenil antireeleccionista “Las Hijas de Cuauhtémoc”. Posteriormente, el 13 de enero de 1916, se realizó el primer Congreso Feminista, impulsado por Salvador Alvarado, gobernador de Yucatán. Uno de los principales acuerdos a los que se llegó fue demandar que se otorgara el voto a las mujeres.

La Constitución Política de 1917, no otorgó expresamente ese derecho.

En abril del mismo año, se expidió la Ley de Relaciones Familiares, según la cual los hombres y las mujeres tienen derecho a considerarse iguales en el seno del hogar.

Del 20 al 30 de mayo de 1923, la Sección Mexicana de la Liga Panamericana de Mujeres convocó al Primer Congreso Nacional Feminista, que se reunió en la Ciudad de México. Sus principales demandas fueron la igualdad civil para que la mujer pudiera ser elegible en los cargos administrativos y el decreto de la igualdad política y la representación parlamentaria.

El 13 de julio de ese mismo año, el gobernador de San Luis Potosí, Aurelio Manrique, expidió un decreto en el que se concedía a las mujeres potosinas el derecho a votar y a ser elegidas en elecciones municipales.

En Yucatán, Elvia Carrillo Puerto resultó la primera mexicana electa diputada al Congreso Local por el V Distrito, el 18 de noviembre de 1923.

En 1937 el presidente Lázaro Cárdenas reforma el Artículo 34 constitucional, como primer paso para que las mujeres obtuvieran la ciudadanía.

El 24 de diciembre de 1946, se aprueba la iniciativa enviada por el presidente Miguel Alemán, en la que se adicionó el Artículo 115 Constitucional, que establecía que en las elecciones municipales participarían las mujeres en igualdad de condiciones que los varones, con el derecho a votar y ser elegidas.

El 3 de julio de 1955 las mujeres acuden por primera vez a las urnas a emitir su voto. En esa ocasión se elegía a diputados federales para la XLIII Legislatura.


Ahora la reivindicación de los derechos va más allá: la lucha contra la violencia, esa que día a día se ejerce en el hogar por medio de golpes, palabras o actitudes, esa que día a día maltrata a muchas mujeres que dan todo por sostener a sus hijos a costa de su integridad misma.

Para alcanzar esa suprema victoria es necesario, entre otras cosas, que por encima de sus diferencias naturales, hombres y mujeres afirmen sin equívocos su fraternidad.

Un mundo tal es posible.

10 de octubre de 2010

Las contradicciones del régimen político chino












"Tenemos que hablar cuando otros no pueden” - Thorbjoern Jagland.

Al ser galardonado el disidente chino Liu Xiaobo con el premio Nobel de la Paz, puso en primeros planos las contradicciones del régimen político de su país.

Liu, profesor universitario y periodista, recibió el premio “por su larga y no violenta lucha por los derechos fundamentales en China”. “El Comité Nobel de Noruega considera que hay un estrecho vínculo entre los derechos humanos y la paz”, explicó el presidente del Comité, Thorbjoern Jagland.
Liu, 54 años, casado y padre de dos hijos, fue detenido por primera vez tras la represión del movimiento estudiantil de la plaza de Tiannamen de Pekín en junio de 1989. Pasó un año y medio tras las rejas. Volvió a ser detenido a fines de 2008 por haber impulsado la Carta 08, una petición que abogaba por reformas políticas en el régimen comunista chino. El juicio se celebró en diciembre de 2009 y fue condenado a 11 años de cárcel por tentativa de “subversión del poder del Estado”.

China es una república gobernada por el Partido Comunista Chino, en un régimen unipartidista. La estructura de poder se apoya en tres ámbitos fundamentales: el Partido y subordinados a éste, el Ejército y el Estado. Estos tres cargos están ocupados por el mismo hombre, Hu Jintao. El Poder Judicial también está subordinado al partido.

Las reformas para fomentar la inversión extranjera, determinaron la creación de zonas económicas, donde se concentró el desarrollo industrial proveyendo el Estado grandes inversiones en instalaciones, servicios públicos y creando centros habitacionales para trabajadores, convirtiéndola en la mayor potencia manufacturera. Se calcula que un 25% de todos los bienes manufacturados del mundo se produce en China.

Este “socialismo de mercado”, que ha despojado los derechos fundamentales de la mayoría china, ha dado lugar a una clase político-empresarial que les ubica entre los más ricos del mundo. Los extravagantes hábitos de compra de esta “segunda generación de ricos”, ha sorprendido a muchos. 

Por ejemplo, la creciente tendencia de los inversionistas chinos en comprar masivamente edificios residenciales, está estimulando el aumento del costo de la vivienda en Australia.

Un gran número de chinos que participan en las subastas son estudiantes adolescentes o jóvenes de sólo 20 años. En un suburbio de Melbourne, una estudiante china de 19 años de edad compró una casa de tres dormitorios en 1,82 millones de dólares australianos (US$ 1,6 millones).

En 2008, el empresario petrolero Zeng Wei y su esposa, Jiang Mei, pagaron AU$ 32,4 millones (US$ 28,1 millones) por una vivienda en Point Piper, un suburbio al este de Sydney. Fue la tercera casa más cara vendida jamás en Australia.

El padre de Wei, Zeng Qinghong, fue vicepresidente de la República Popular China desde 2003 hasta 2008.

Los medios locales también informaron que la pareja planeaba derribar y reconstruir la casa por AU$ 5 millones (US$ 4,3 millones), la más alta suma de dinero gastada en un proyecto de demolición y reconstrucción de una residencia en la historia de Sydney.

Una fastuosa fiesta de compromiso en China, en la ciudad de Qingdao, situada en la provincia nororiental de Shandong, con regalos extravagantes de millones de dólares, captó la atención internacional. Tan solo el regalo de compromiso para la novia costó 80 millones de yuanes (aproximadamente US$ 11,8 millones); mientras que la dote de su boda, que incluía una casa y dos vehículos de lujo, se estimó en 100 millones de yuanes (US$ 14,8 millones).

Después de 30 años de iniciada la reforma económica, China está tercera en el ranking mundial de PBI. Sus exportaciones masivas la llevaron a contar con la mayor reserva de divisas extranjeras. No obstante, si bien en el exterior algunos analistas parten de esta base para elogiar las reformas económicas y el actual sistema político, muchos otros aún se preguntan por qué, en estas circunstancias, la extrema pobreza de 800 millones de habitantes del interior se perpetúa. La principal ventaja comparativa: una inmensa población activa que crece en diez millones de personas al año a la que cabe añadir un ejército de reserva –un acertado concepto del propio Marx– de otros catorce millones de trabajadores procedentes del éxodo rural. Esta es la base sobre la cual descansa el régimen chino.

El insultante enriquecimiento de la clase política refleja la drástica polarización de la sociedad china. 

“La realidad es que China tiene numerosas leyes pero no un Estado de Derecho, tiene una Constitución pero no un gobierno constitucional. La élite al mando continua aferrada a su poder autoritario y rechaza toda evolución hacia cambios políticos”, señala la Carta 08 de la disidencia china, firmada, entre otros, por Liu Xiaobo.

3 de octubre de 2010

La izquierda y la Obsesión por el Pasado




La pasión necrológica sigue consumiendo gran parte del discurso político y la energía de la izquierda. En un manto de legitimidad histórica, buscan justificar su hoja de ruta en los legados del pasado, más que en los requerimientos del futuro.

Genera más polémica dónde enterrar a los héroes del siglo XIX en lugar de debatir el contenido que deben tener los planes y programas de estudios de los niños y jóvenes del siglo XXI.

Hugo Chávez hizo desenterrar los restos de Bolívar, que habían estado descansando durante más de un siglo en el Panteón Nacional, para hacer una “investigación científica e histórica” de su muerte.

Pero en esto de la “legitimidad histórica”, el presidente de Venezuela no está solo. En la ceremonia de apertura de la Cumbre de las Américas de 2009 en Trinidad y Tobago, Barack Obama respondió a los presidentes de Argentina y Nicaragua que minutos antes habían pronunciado apasionados discursos centrados en la historia de las relaciones latinoamericanas con Estados Unidos y el Caribe, en un recuento de todas sus injerencias desde comienzos del siglo XIX.

Finalizada la diatriba de Daniel Ortega, Obama con una sonrisa cordial, comenzó con una broma de la invasión a Bahía de Cochinos. “Estoy muy agradecido que el presidente Ortega no me haya culpado personalmente por cosas que pasaron cuando yo tenía tres meses de edad”.

Acto seguido reconoció que Estados Unidos había hecho cosas buenas y malas en el pasado, pero anunció que había llegado el momento de dejar atrás debates estériles y concentrarse en el futuro.

“No he venido aquí para debatir el pasado. He venido aquí a lidiar con el futuro”.

¿Por qué en este proceso electoral de Guerrero no discutimos planes estratégicos para reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida de los guerrerenses y superamos los rollos “retro” de nuestra izquierda? ¿Cuál será su discurso cuando Figueroa no esté? ¿Por qué no tomar el ejemplo de Pepe Mujica, ex guerrillero y actual presidente de Uruguay, quien convocó a que bajo su gobierno creará las condiciones políticas transformadoras de largo plazo, con políticas nacionales no de un partido. Mujica y su esposa Lucia Topolansky (preside actualmente el Senado) pasaron 13 años en la cárcel, pero en el Uruguay de hoy, llaman a la reconciliación, incluso a aquellos que asesinaron y desaparecieron a sus compañeros Tupamaros. De la cárcel salieron con la cabeza lúcida y el compromiso entero.

Ese es el dirigente que sin haberse dejado “convertir” por las ideas dominantes en el presente, tampoco se siente atado a las ideas que defendió en su pasado, sin por ello renegar de las mismas. En nombre de las viejas luchas se puedan validar los nuevos encuentros.

No deja de tener una gran importancia simbólica y práctica que Mujica, cargando una mochila de 74 años en la que seguramente pesa un justificado rencor, se comprometa a los cuatro vientos con el desafío de la pobreza y evite el atajo de distraer a sus seguidores con juicios a represores que son, en muchos casos, más viejos que él. Y que invariablemente pertenecen al pasado. A él, que también protagonizó esa historia, todavía lo convoca el futuro.

Otro ejemplo a imitar es Mandela. Cuando en los 90 asumió la presidencia de Sudáfrica estrechó la mano de sus carceleros, ante la incomprensión de los radicales.

En todos estos casos no se trató de indultos o amnistías a determinados responsables políticos, sino de pacificar los ánimos sociales para cuidar la construcción democrática.

Resulta probable, que los desaparecidos compartirían la postura de Mujica y Mandela en torno a la necesidad de mirar hacia adelante. Lo harían porque pertenecieron a una izquierda apasionada por el futuro. Lo harían porque no entregaron sus vidas para que una proporción alarmante de la izquierda actual, desorientada y desmotivada ante el porvenir, agote sus magras energías ocupándose de ellos.

Reclamar justicia por las violaciones a los derechos humanos ocurridas en el pasado es obligación preeminente. Pero en más de una ocasión ha demostrado no serlo y se ha convertido, incluso, en un objetivo de militancia sobreactuada que sirve para maquillar imperdonables claudicaciones.

Una parte significativa de la izquierda ha desarrollado una fijación con el pasado que en su oportunismo posmoderno le sirve de subterfugio para seguir considerándose como tal aunque haga poco y nada en el presente para merecer este apelativo.

Con esta actitud de complacencia ideológica y de obsesión por el pasado, los “herederos” de aquellos activistas solo contribuyen a reproducir una realidad social todavía más injusta que la que sus muertos y desaparecidos buscaban cambiar.

Leer artículo en La Jornada Guerrero