Al ser galardonado el disidente chino Liu Xiaobo con el premio Nobel de la Paz, puso en primeros planos las contradicciones del régimen político de su país.
Liu, profesor universitario y periodista, recibió el premio “por su larga y no violenta lucha por los derechos fundamentales en China”. “El Comité Nobel de Noruega considera que hay un estrecho vínculo entre los derechos humanos y la paz”, explicó el presidente del Comité, Thorbjoern Jagland.
Liu, 54 años, casado y padre de dos hijos, fue detenido por primera vez tras la represión del movimiento estudiantil de la plaza de Tiannamen de Pekín en junio de 1989. Pasó un año y medio tras las rejas. Volvió a ser detenido a fines de 2008 por haber impulsado la Carta 08, una petición que abogaba por reformas políticas en el régimen comunista chino. El juicio se celebró en diciembre de 2009 y fue condenado a 11 años de cárcel por tentativa de “subversión del poder del Estado”.
China es una república gobernada por el Partido Comunista Chino, en un régimen unipartidista. La estructura de poder se apoya en tres ámbitos fundamentales: el Partido y subordinados a éste, el Ejército y el Estado. Estos tres cargos están ocupados por el mismo hombre, Hu Jintao. El Poder Judicial también está subordinado al partido.
Las reformas para fomentar la inversión extranjera, determinaron la creación de zonas económicas, donde se concentró el desarrollo industrial proveyendo el Estado grandes inversiones en instalaciones, servicios públicos y creando centros habitacionales para trabajadores, convirtiéndola en la mayor potencia manufacturera. Se calcula que un 25% de todos los bienes manufacturados del mundo se produce en China.
Este “socialismo de mercado”, que ha despojado los derechos fundamentales de la mayoría china, ha dado lugar a una clase político-empresarial que les ubica entre los más ricos del mundo. Los extravagantes hábitos de compra de esta “segunda generación de ricos”, ha sorprendido a muchos.
Por ejemplo, la creciente tendencia de los inversionistas chinos en comprar masivamente edificios residenciales, está estimulando el aumento del costo de la vivienda en Australia.
Un gran número de chinos que participan en las subastas son estudiantes adolescentes o jóvenes de sólo 20 años. En un suburbio de Melbourne, una estudiante china de 19 años de edad compró una casa de tres dormitorios en 1,82 millones de dólares australianos (US$ 1,6 millones).
En 2008, el empresario petrolero Zeng Wei y su esposa, Jiang Mei, pagaron AU$ 32,4 millones (US$ 28,1 millones) por una vivienda en Point Piper, un suburbio al este de Sydney. Fue la tercera casa más cara vendida jamás en Australia.
El padre de Wei, Zeng Qinghong, fue vicepresidente de la República Popular China desde 2003 hasta 2008.
Los medios locales también informaron que la pareja planeaba derribar y reconstruir la casa por AU$ 5 millones (US$ 4,3 millones), la más alta suma de dinero gastada en un proyecto de demolición y reconstrucción de una residencia en la historia de Sydney.
Una fastuosa fiesta de compromiso en China, en la ciudad de Qingdao, situada en la provincia nororiental de Shandong, con regalos extravagantes de millones de dólares, captó la atención internacional. Tan solo el regalo de compromiso para la novia costó 80 millones de yuanes (aproximadamente US$ 11,8 millones); mientras que la dote de su boda, que incluía una casa y dos vehículos de lujo, se estimó en 100 millones de yuanes (US$ 14,8 millones).
Después de 30 años de iniciada la reforma económica, China está tercera en el ranking mundial de PBI. Sus exportaciones masivas la llevaron a contar con la mayor reserva de divisas extranjeras. No obstante, si bien en el exterior algunos analistas parten de esta base para elogiar las reformas económicas y el actual sistema político, muchos otros aún se preguntan por qué, en estas circunstancias, la extrema pobreza de 800 millones de habitantes del interior se perpetúa. La principal ventaja comparativa: una inmensa población activa que crece en diez millones de personas al año a la que cabe añadir un ejército de reserva –un acertado concepto del propio Marx– de otros catorce millones de trabajadores procedentes del éxodo rural. Esta es la base sobre la cual descansa el régimen chino.
El insultante enriquecimiento de la clase política refleja la drástica polarización de la sociedad china.
“La realidad es que China tiene numerosas leyes pero no un Estado de Derecho, tiene una Constitución pero no un gobierno constitucional. La élite al mando continua aferrada a su poder autoritario y rechaza toda evolución hacia cambios políticos”, señala la Carta 08 de la disidencia china, firmada, entre otros, por Liu Xiaobo.
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