10 de julio de 2014
El recurso de la mentira
El discurso público que los mexicanos escuchamos de boca de nuestros políticos, tiene poco que ver con los datos de la realidad. Porque hay una brecha entre lo que se dice y lo que es, una separación, como diría Lacan, entre la realidad de lo real y la realidad del discurso, una incongruencia enorme, como dice Cesar Cansino, entre el discurso del poder y el ejercicio del poder.
Tendremos las mejores leyes e instituciones, habremos firmado todos los convenios del mundo, nos habrán hecho las promesas y ofrecimientos más excelsos, incluso los informes de resultados más alentadores, pero nada de eso es cierto, porque las instituciones no cumplen con su cometido, a las leyes no se les respeta, se promete lo que no se va a cumplir y se asegura que se hace lo que no se hizo. Aunque pasen los años y con ellos las esquinas ideológicas, aunque cambien los partidos en el poder y los funcionarios en el gobierno, a los ciudadanos nos mienten una y otra vez.
Los liberales del siglo XIX pretendieron “vestir a la moderna” como decía Octavio Paz, a un país “pobre, desorganizado y mugroso” como lo describió tiempo después Luis González.
Muchas voces lúcidas lo han advertido. En el siglo XIX Lorenzo de Zavala afirmó que “hay un choque continuo entre las doctrinas que se profesan, las instituciones que se adoptan, los principios que se establecen, los abusos que se santifican y las costumbres que dominan”. Y concluyó: “Falta mucho para que la realidad corresponda a los principios que se profesan”. Medio siglo mas tarde, Justo Sierra habló de “nuestra aversión radical a la verdad, producto de nuestra educación y de nuestro temperamento” y de nuevo, cincuenta años después, Octavio Paz dijo que entre nosotros se habían instalado la falsificación y la mentira y que vivíamos en una simulación.
Es muy viejo el problema de la diferencia en México entre el país legal y el país real. Hay una igualdad formal y una igualdad real. Hay una simulación entre lo que las leyes ordenan y los que la población observa.
Hoy la situación ha llegado a extremos graves.
La mentira ha servido para mantener la ilusión y evitar el conflicto. Ha crecido hasta dimensiones insospechables y se ha convertido en la única forma de gobernabilidad. Al gobernante le ha sido más necesario mentir: Decir que hay paz social, inversiones, menos pobreza, éxito en la lucha contra la delincuencia organizada, mejoras en la educación, respeto al derecho a disentir.
Es una solución según el cálculo de oportunidad para conservar el poder, aunque sea en el mercado de la opinión.
En un seminario que trató sobre este asunto, se concluía que los políticos, al asumir la responsabilidad de gobernar, para no cumplir, implementan estrategias de comunicación tendientes a engañar a la población, pagando inserciones de prensa con indicadores “exitosos” o, en la mayoría de los casos, en acciones intrascendentes para aquellos “beneficiados”. Se gobierna para los medios no para la población.
Se “inauguran” hospitales, centros de salud, escuelas, con desplantes publicitarios que implican gastos mayores a la INVERSIÓN realizada, que en muchos casos no son más que remodelaciones o anexos a las instalaciones en funciones.
Si bien el recurso de la mentira inicia con la campaña, adquiere mayor vigor, cinismo en el sentido estricto del término, a la hora de gobernar.
¿Para qué queremos los discursos de los poderosos en los que nos prometen el oro y el moro y en los que nos aseguran que ya hicieron esto y aquello? O como dijera alguna vez Carlos Fuentes: “¿Cuántos discurso, cuántas promesas han pasado por los palacios del poder?”
Sin en los años ochenta, el investigador Roderic Ai Camp afirmaba que “el sistema político mexicano es un complejo conjunto de estrategias para hacer las cosas”, hoy podríamos asegurar que es sólo para decirlas. Parafraseando a José Joaquín Blanco, “entre nosotros podrán pasar aperturas democráticas, crisis, devaluaciones, dinastías... pero nuestros funcionarios seguirán impunes, graciosa, sofisticada, soberanamente inventando sus mentiras”.
A ritmo del cencerro, los beneficiarios de la carrera política del gobernante seguirán cantándole: “Qué más da, la vida es una mentira, miénteme más, que me hace tu maldad feliz”.
Ya se oye el cencerro, debe estar cerca el toro.
aresza2@hotmail
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