17 de julio de 2014
La fiesta
Ante las desventuras, los acapulqueños recrean en La Fiesta su diversidad social, económica y sexual. Todos están ahí por razones distintas compartiendo la mesa con amigos, familiares, compañeros de trabajo o desconocidos. Lugar para reconocerse es cualquiera. El hombre de la tercera edad que fija su mirada en la adolescente que no alcanza a ocultar que, pese al cambio de saya, dos horas antes, en la tradicional ceremonia de clausura de la escuela secundaria donde pasó sus últimos tres años, festejó el concluir esta fase de la vida. Por ello, con sus padres, está aquí, prolongando su alegría, repitiendo, a coro la letra y la música del grupo que ameniza. El hombre que la observa, tocándose la piel marchita, que parece más de cartón- piedra, reconoce en la piel y brillantez de los ojos frente a él, los años que se le han ido;; años que, al igual que “Las Golondrinas” de Gustavo Adolfo Bécquer, no volverán.
En otra de las mesas, dos damas festejan el haber cumplido 34 años de compartir sus afectos, aplauden con satisfacción cuando el cantante del grupo musical les saluda, subrayando el acontecimiento.
Como parte de una conversación colectiva, alcanzo a distinguir la pregunta del grupo de matrimonios que intercambia vivencias: “¿Cuántos llevas tu?” La curiosidad invade espacios de la intimidad. “¿Con vacaciones o sin vacaciones?”, recibe de respuesta.
Son pocos los que ocupan la pista, todos con movimientos plásticos bailan;; aún no es hora de las contorsiones que el alcohol produce. Es momento de letras y músicas de los años y los amores que se han ido.
Me gustan estas reuniones porque las esquinas ideológicas se abandonan.
En torno a una mesa está El Portón, universitarios que lucharon por tomar el cielo por asalto o, cuando menos, por una universidad del pueblo, por ello privados de su libertad y al pasar los años, incorporados al servicio público. (En algún lugar conservarán los textos, entonces prohibidos, del
“General de Hombres Libres” o la trilogía que escribió Deutscher, sobre El Profeta). No falta el joven profesor que habla de su reciente campaña para ser director, que por su descripción se asemeja más a una campaña de regidor que de titular académico. Pero bueno, la nueva universidad incluyente es así. El orador, de palabra fácil y gran cabeza, ocupa su lugar, henchido de orgullo por el hijo que le acompaña. Discreta la dama con tareas de docente, sin ganas de irse, pero recordando que tiene que llegar temprano. Todos, en esta tarde-noche, están para compartir horas de risas, experiencias y superficiales temas, lo que importa es estar ahí. Les amalgama el afecto. No podía faltar el que se fijó como tarea de vida, conocer la verdad revolucionaria, en comisiones que agonizan por falta de presupuesto, recordándome al político veracruzano César Garizurieta, “El Tlacuache”, quien decía: “Vivir fuera del presupuesto es un error”. “Nómina o muerte”, dicen ahora.
Ninguno de ellos aborda sus quehaceres a profundidad. No es el momento ni el lugar para ilustrar. Lo breve siempre se reconoce. Es tiempo de transgredir, espacio para el relajo, que riñe con la estética, plagado de sincretismos, donde cada uno o cada cual tiene su propio ritmo, si se puede llamar así a las patéticas contorsiones que resumen raíces culturales, raza y estado de ánimo. Distinto al vallenato colombiano, que se interpreta tradicionalmente con tres instrumentos (que con gracia o sin ella gustaba bailar Gabriel García Márquez) que reseña historias completas del Caribe, nuestra música destaca capítulos de valentía, heroicidad, tierras en conflicto (la eterna historia de Guerrero), de mujeres y letras de doble lectura.
La bulla y el trasiego de mesas destrozan la palabra en la medida que avanza la noche.
En las fiestas, el mexicano no sólo se divierte, se sobrepasa, altera el orden, reinando el caos. En el relajo todo se permite, desaparecen las conductas habituales. No hay lugar para vanidades.
Es hora de irnos. Nadie nos reclama, pero la hora es obligada invitación para despedirnos, sin formalidades. Con nuestras miserias, nos separamos. En el automóvil distingo la música y letra de “La Fiesta”, del cantautor y poeta español Joan Manuel Serrat:
“Con la resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza, el rico a su riqueza y el señor cura a su misa”.
“Se acabó, el sol nos dice que llegó el final. Por una noche se olvidó, que cada uno es cada cual;; vamos, bajando la cuesta, que arriba en mi calle se acabó la fiesta”.
aresza2@hotmail.com
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