3 de julio de 2014

De Regreso


La selección mexicana ha sido derrotada. “En cinco minutos Holanda hizo pedazos el sueño mexicano”, cabecea la prensa internacional.

“Sabíamos que era la única manera en la que nos podían hacer daño y nos lo hicieron”, reconoce el entrenador azteca Miguel “El Piojo” Herrera, refiriéndose a la cesión de espacios al adversario y recurrir al balonazo “para tener más oxígeno”.

Atrás quedaron los gritos de la afición: eeeeeeeeh puuuutoooo.

Gritos que, por considerarlos discriminatorios merecieron la investigación de la Federación Internacional de Futbol (FIFA) y nos hicieron acreedores, en primera instancia, de una sanción disciplinaria. No pasó de ahí, se retiró la sanción y seguimos en el torneo futbolístico.


En México, el debate continuó. Columnistas, editorialistas e intelectuales de corrientes políticas diversas se apuntaron.

Puto el que lea esto, intituló a su colaboración para Jornada, Julio Muñoz Rubio, investigador de la UNAM y coordinador del libro Homofobia; Laberinto de la Ignorancia.

El Doctor en Derecho y Coordinador del Programa Universitario de Derechos Humanos de la UNAM, don Luis de la Barrera, por su parte, en su entrega para Excélsior: Ese puto grito, hace una apología de la expresión puto: 

“La diferencia esencial entre el grito de puuutooo de los aficionados mexicanos al portero del equipo rival cuando despeja de meta y los sonidos simiescos que algunos imbéciles imitan cuando toma la pelota un jugador negro es que en el segundo caso se agrede al futbolista precisamente por el color de su piel, mientras que en el primero el clamor multitudinario no está motivado por característica alguna del guardameta sino sencillamente porque juega con el adversario.

“El grito hoy cuestionado lleva una década oyéndose en los estadios mexicanos, agrega. ¿Por qué hasta ahora el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación ha descubierto que, según sostiene, es una expresión homofóbica? Menos fariseísmo y más sentido del humor. Mexicanos al grito de puuutooo, / la garganta aprestad y el pulmón, / y retiemble el estadio completo / al oír el festivo clamor.

Vergüenza de….”¡Putoo!!, fue el título de la colaboración en Reforma, de José Wondenberg, sobre esta expresión recurrente:  “Es una vergüenza que miles de compatriotas se reúnan en un estadio para gritar puto. El aullido masivo es una triste expresión de lo que somos” y advierte “ recordemos que la violencia física se inicia normalmente con la violencia verbal”.

“El famoso grito es un espejo de lo que somos y de lo que creemos que estamos autorizados a hacer en aras del relajo”. “Vergüenza nos debería dar”.

El “Piojo” Herrera minimiza el uso de la expresión:  “Puto ya es verbo y no es contra gays, es parte del lenguaje coloquial”

Que nos quiten el petróleo, pero nunca nuestro “¡Puto!”, repetían en redes sociales. “Pinche FIFA, no entiende. Es el desmadre, es ese pinche momento, cab…. Allí  somos tal cual, realmente como somos, ¡a huevo!, y nos vale madre todo lo demás.

No importa lo que seamos antes o después del partido, trabajadores, empresarios, estudiantes, políticos, bolilleros, amas de casa, voceadores, oficinistas… ¡Vale madres! En ese momento, somos algo, cabr… y allí nosotros tenemos el poder, la libertad; es un sentimiento chingón, todos unidos sin diferencias de partido, de religión, así en bola, nos la pela el gobierno, Brasil, Neymar, Messi, Obama y ese pelón de Robben juntos. ¡A huevo!”

Es la “fiesta”, diría Octavio Paz en su “Laberinto de la Soledad”. Esa “ruptura violenta” para el  mexicano que fuera de ese momento, en toda otra ocasión está usualmente, más bien, contenido.

“El mexicano no se divierte, quiere sobrepasarse…”. “Ocurra lo que ocurra, nuestras acciones poseen mayor ligereza… desaparece la noción misma del Orden. El caos regresa y reina la licencia. Todo se permite: desaparecen las jerarquías habituales”.

Así somos. No nos hagamos.  Si “puto” no fuera violento y no transgrediera como palabra, entonces no tendría objeto como grito. Claro, es relajo, juego, se dirá, pero uno colectivo, posibilitado por ese momento de permiso común para transgredir, para romper con la rutina, para diluir la responsabilidad en el anonimato del grupo.

Carlos Monsiváis, en “Los rituales del caos” dedica un capítulo al futbol, en donde un mexicano imaginario en plena euforia futbolera, y ya rumbo al Ángel, batalla con una dosis de auto reflexión inoportuna.

“¿Es el futbol la ilusión catártica que facilita el desahogo de las frustraciones y los resentimientos de tanta vida aplastada?…

aresza2@hotmail.com

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