19 de febrero de 2015

País de Extremos




“Ninguna gloria es duradera en este país desnaturalizado, que sólo eleva a sus ídolos para hacerlos estallar en el aire como fuegos artificiales”. Descifrar la historia viva, la historia en marcha, no está en el enigma de los clásicos, sino en las maniobras de los vivos. La política, la historia más bien, camina de la mano de los hombres concretos que hacen frente a su circunstancia. A pesar de que busquemos el imperio de la ley, todos los gobiernos son de hombres. Son precisamente los individuos y las relaciones entre ellos los que definen al final del día el rumbo de los poderes.


Mucho más que el marco fijo de las reglas, mucho más que el clima de la cultura, cuenta el melodrama de las personalidades. El carácter de los protagonistas, sus rencillas y afectos, sus cualidades y lacras son la clave. Ese es el tino para descifrar el jeroglífico de la política.

Cuando la ingratitud campea y del árbol se hace leña (“En este país hay muchos hijos de la chingada” escribe Paco Ignacio Taibo II en “Temporada de Zopilotes”), bien vale la pena releer la novela de Enrique Serna, sobre don Antonio López de Santa Anna, para entender y entendernos. ¿En dónde están los favorecidos por la gracia del soberano que se encumbraron a cargos que jamás pensaron, que disputaban su mirada y sonrisa estruendosa? ¿Qué decir de aquellos que se arrebataban la palabra para elogiarlo y ahora celebran su infortunio? ¿Qué legislador o magistrado cumplió con su responsabilidad jurídica o moral de advertir las irregularidades? Todos fueron cómplices. Nunca hubo voces discordantes, como la del jurisconsulto zapoteco.

Cuando en una reunión le tocó hablar, celebró la derrota de la facción aristócrata encabezada por Gómez Pedraza, pero lamentó la ruptura del orden constitucional, que pondría en duda la legitimidad del nuevo gobierno. Irritado, López de Santa Anna, aclaró:

“He arriesgado la vida por defender la Constitución. Si violamos la Carta Magna fue precisamente para hacerla cumplir”. Pero una vez roto el marco legal, cualquiera tiene pretexto para actuar fuera de la Constitución, replicó Benito Juárez al caudillo mexicano más controvertido del siglo XIX.

Iniciemos la lectura de párrafos aleccionadores de la novela de Serna, sobre el héroe de Pánuco: “Puesto que ninguno de mis colaboradores me exponía los verdaderos problemas de la nación, por temor a despertar mi enojo, creía ser un gobernante popular y querido. No advertí la fragilidad de mi gobierno hasta que me quitó la venda de los ojos el obispo de Michoacán don Clemente de Jesús Munguía: ‘Rectifique por favor, el pueblo le está volviendo la espalda’, me advirtió”.

-“¿A qué pueblo se refiere? Respingué. Apenas pongo un pie en la calle la gente me abruma con su cariño”.
-“Usted sólo ve lo que sus ministros le quieren mostrar, general. Han montado a su alrededor una costosa pieza de teatro, pero detrás de las bambalinas hay un pueblo que está acumulando rencor”.

“Por suerte han acabado los saraos y las bienvenidas y al fin tengo calma para ordenar mis ideas. Ahora puedo hablar con franqueza, no necesito esconder mis emociones ni afectar la estoica indiferencia con que me he defendido de los periodistas, cuando me preguntaban si todavía tengo ambiciones políticas. A un paso de la tumba y a pesar de las humillaciones que he padecido, todavía espero recuperar la estima de mi pueblo. Para mí la gloria es como el sexo: Sé que ya es inalcanzable, pero no puedo resignarme a vivir sin ella”.

“Daría la vida que me queda por limpiar mi nombre y recibir el postrer homenaje de mis compatriotas. No piensen que estoy planeando un pronunciamiento, como creen algunos cagatintas de la prensa. Si algo tengo claro es que soy una reliquia viviente, un hombre de pelea pasada. El gobierno me concedió el pasaporte por lastima, no por mis servicios a la patria. Así me lo hizo notar el presidente Lerdo con el trato despectivo que me dispensó cuando fui a saludarlo. ‘No me agradezca usted nada, general. Lo dejé volver porque ya no representa ninguna amenaza para el gobierno’. Pudo haberse ahorrado el sarcasmo, pues me basta con salir al balcón para darme cuenta que ya no pertenezco a este mundo”.

“Se me acusa de enriquecimiento ilícito, de la bancarrota pública. Tal parece que soy el culpable de todos los desastres ocurridos en los últimos 50 años, incluyendo terremotos y epidemias de cólera. Desearía ser mejor comprendido, que la gente me condene y absuelva, pero con mayores elementos de juicio. Como todo ser humano he cometido yerros, y algunos de ellos tuvieron consecuencias funestas. Pero de ahí a la monstruosidad que me achacan hay un abismo. Gran parte de mis culpas le
corresponde a la sociedad que ahora me crucifica. México es un país de extremos. En plena gloria, cuando entraba a la capital llevado en andas por la muchedumbre que arrojaba flores a mi paso y me apellidaba sublime deidad humana, sentía que su entusiasmo era exagerado y podía desembocar en una decepción de igual magnitud” (contraportada de don Antonio López de Santa Anna, “El seductor de la patria”).

“Todos hemos lucrado al amparo de la administración, algunos con más éxito que otros, pero yo he sabido compartir mi riqueza, díganlo si no los políticos de todos los colores que beneficié con cargos y regalos. Muchos de los que ahora me juzgan en algún momento vinieron a pedirme favores”.

“Por medio de mis hijos haré llegar a los diputados (y líderes de opinión) que me deben favores, un amistoso recordatorio de nuestros vínculos financieros. A los más renuentes o desmemoriados les advierto, que obran en mi poder documentos que los comprometen”.

“Ninguna gloria es duradera en este país desnaturalizado, que sólo eleva a sus ídolos para hacerlos estallar en el aire como fuegos artificiales”.

“Se han salido con la suya, pero, ¿quién les asegura que el día de mañana no llegarán otros resentidos a cambiar los rótulos de las calles y a escupir sobre su memoria?”


aresza2@hotmail.com

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