25 de julio de 2010

Festejar en medio de la desolación

Hace 100 años, cuando ya estaba en ciernes el estallido social que llevó a una década de contienda armada en distintas regiones del país, el gobierno de Porfirio Díaz “echó la casa por la ventana”, organizando los festejos del centenario de la Independencia que, entre otras cosas, buscaban proyectar la imagen de un México de grandeza, un gobierno fuerte y una economía sana.

Si algo caracterizó al festejo organizado por el gobierno de Porfirio Díaz fue la inauguración de diversas obras y edificios públicos en todo el país, pero sobre todo, la insultante marginación de millones de mexicanos.

Los actos se llevaron a cabo entre el lº de septiembre y el 4 de octubre de 1910, precisamente porque ese día se iniciaba el “mes de la patria” y concluía con esa fecha, porque el 4 de octubre de 1824 se aprobó la Constitución que nos organizaba como “República Democrática, representativa y federal”.
Junto con el centenario de la Independencia, otra fecha se celebraba con discreción: los 80 años de vida de don Porfirio Díaz Mori (nació el 15 de septiembre de 1830 en Oaxaca de Juárez y muere el 2 de julio de 1915, en París, Francia).

El 15 de septiembre de 1810 se inauguró la columna de la Independencia en el Paseo de la Reforma, obra del arquitecto Antonio Rivas Mercado; en dicha ocasión, el poeta Salvador Díaz Mirón leyó su poema dedicado a Miguel Hidalgo Al buen cura.

También recibió Porfirio Díaz el uniforme de José María Morelos, devuelto de España por el rey Alfonso 13, por conducto del embajador de ese país, presente que Díaz recibió con lágrimas en los ojos, señala la crónica de la época. Ese mismo mes se inauguró, en medio de un ambiente de patria que rendía tributo a sus héroes, el Hemiciclo a Juárez en la Alameda Central. Para continuar la fastuosidad de los festejos, el 22 de septiembre se inauguró la Universidad Nacional de México, fecha en la que el general Díaz fue acompañado por el secretario de Instrucción Pública, don Justo Sierra.

En ese clima de festejos y alabanzas, la fachada de sana economía y estabilidad, la estructura que mantenía en pie al porfiriato estaba a punto de derrumbarse ante el estallido de la revolución, movimiento armado que develaría el verdadero rostro de México, el de un México de obreros sometidos, campesinos desposeídos y millones de analfabetas y pobres.

Díaz se encargó de “inventar” una imagen nacional próspera, aunque dos meses después sobrevino la insurrección del 20 de noviembre.

A un siglo de distancia, la pobreza sigue siendo el mayor problema de la nación, el tema más lacerante de nuestro tiempo. Una culpa histórica porque hunde sus raíces en el pasado y da contenido a la inconformidad actual. ¿Tenemos algo que celebrar? Frente a los problemas que no hemos resuelto, frente a los problemas que nos faltan por resolver, estamos ante el brete que nos obliga a recordar todo lo que pudimos ser.

En este 2010, a diferencia del gobierno de Díaz, la carencia de imaginación y talento se une el despilfarro del dinero de los contribuyentes. Celebremos como un país maduro no como “rico de pueblo” o negociante irresponsable. No podemos exagerar en las fiestas olvidando el sufrimiento de 40 millones de mexicanos que viven en la pobreza.

Debemos ajustarnos a la austeridad republicana, a la medianía cívica de la que habló Juárez y a la que ajustó su vida durante su gobierno. Seamos conscientes de una larga e intensa crisis económica, nos acechan tiempos difíciles también en lo social. No celebremos con obras ostentosas de poca utilidad en medio de la desolación. Dediquemos ese recurso a quienes lo necesitan con urgencia. Celebremos sin excesos. Sin imprudencias.

El hecho de que en tan solo dos años hayan sido nombrados cuatro responsables de los festejos, hace pensar más en un desfile político que en la intención de hacer historia con seriedad y reflexionar sobre los asuntos que los movimientos de Independencia y de la Revolución no alcanzaron a resolver e incluso siguen vigentes en la sociedad mexicana.

Lamentable es que, por eludir una reflexión de fondo, plural, el gobierno se decida por la frivolidad absoluta, que no invita al análisis, sino al dispendio y al repudio. Queda un sensación de improvisación en torno a “algo” que se tiene que celebrar; banalizando lo que se conmemora, restando importancia al hecho histórico.

Es grave el nivel de improvisación de los festejos en algo que amerita ser un proyecto más construido e incluyente. Esto me parece una inconsecuencia del gobierno federal, ya que lo que permitió la llegada del panismo al poder, eso que se conoce como la alternancia democrática, es la estabilidad y las instituciones heredadas de esos grandes movimientos de Independencia, de Reforma y de la Revolución Mexicana. 

18 de julio de 2010

El Reino Político

La política debiera ser una actividad noble, pero cuando se trata del poder por el poder, sin objetivos, se prostituye y se precipita a los bajos fondos. Es cierto que la política no es un asunto de monjes epicurianos –que buscan el placer y evitan el dolor– sino una actividad social que, a veces, exige ensuciarse las manos, por lo que no siempre la ética congenia con el poder; pero la relación de los políticos con la inmoralidad pública, termina eliminando a la política.

Esto es un poco de lo que ha venido ocurriendo en México.

Los partidos políticos son necesarios para la democracia siempre y cuando canalicen las expectativas de los ciudadanos hacia el Estado; por ahora, en nuestra democracia deficiente sólo existe la hegemonía de las plutocracias, las oligarquías y las castas.

El quehacer político en sí, muestra síntomas de decadencia; de una u otra forma, en el fondo la mayoría de los partidos políticos han sido repudiados por los ciudadanos, repudio que se manifiestan especialmente en la abstención, por considerar que todos ellos han sido partícipes de la llamada democracia de los acuerdos que excluye a la soberanía popular.

La política de hoy es manejada por burócratas. La política es una verdadera jaula de hierro weberiana. “El reino político no es un reino de santos. Un político no debe ser un hombre de la ética cristiana verdadera, es decir, la de ofrecer la otra mejilla”, nos dice Max Weber; de ahí que en los partidos las instancias democráticas se han convertido en una burla a los pocos militantes que continúan en ellos. Lo que interesa a las corrientes es dominar la dirección política para poder así repartirse el botín parlamentario y de la administración del Estado. Los partidos están amarrados por un corsé institucional que los obliga a hacer política dentro de los marcos del autoritarismo, de ahí su incapacidad de atraer a los ciudadanos.

¿A qué se debe este deterioro? En primer lugar, los partidos políticos han ido perdiendo la ideología, sólo practican el pragmatismo más ramplón; en segundo lugar, adolecen de militancia activa y únicamente están compuestos por funcionarios; en tercer lugar, son burocracias, como las jaulas de hierro weberianas; los directivos tienen como función primordial el reparto del botín. Hay más mercenarios y condottieris (capitanes de tropa que no están ligados precisamente por lazos patrióticos) que idealistas. Por eso es explicable que en los partidos convivan, sin problema alguno, personajes de los más diversos orígenes y creencias, que hacen muy difícil, para el lego, captar qué los une que no sea la ambición del poder. De ahí la pérdida de una base social que les de sustento.

En toda decadencia lo viejo se niega a morir; los líderes y dirigentes, acostumbrados a manejar al partido les es muy difícil cambiar los hábitos adquiridos por tan largo periodo. Esto es lo que está ocurriendo en México; son consubstancialmente incapaces de cambiar y, así, despertar alguna esperanza a los electores.

En una política banalizada quienes dominan son los profesionales de la política, los de siempre, acompañados de operadores políticos, cuya única capacidad se reduce a reagrupar los liderazgos de siempre, por lo que no es casual que la lucha política se reduce al canibalismo; se trata de aniquilar al rival para conservar o ganar el poder; cada dirigente actúa más en razón de intereses personales y de grupo, que el bien común del partido. “Nadie lucha por lo que no va a ser suyo”. Esto es, “mientras el funcionario profesional vive de la política, el verdadero líder político, el político de gran calibre, vive para la política”.

El caso particular del Partido de la Revolución Democrática, éste no ha dejado de ser adolescente, en el fondo sigue siendo un partido instrumental, que no es ni la sombra de la agrupación revolucionaria soñada por sus fundadores; hoy sólo se trata de humanizar el neoliberalismo y, sobre todo, de convertirse en un partido gobernante que se distribuya los cargos. Ya nada queda del debate que caracterizó a este partido. Si bien hay algunos que mantienen los postulados de izquierda, éstos son rápidamente opacados por el poder burocrático y autoritario de la dirección.

El drama de los partidos no solo está en la dirigencia, sino en el extravío ideológico, pérdida de rumbo, falta real de militantes y burocratismo de sus facciones. Poco se puede esperar de una política tan estrecha como la actual. Estamos muy lejos, lamentablemente, de una redignificación de la política.

11 de julio de 2010

Los Caminos de la Izquierda

Abandonadas las premisas fundacionales de los partidos, las contiendas electorales en México son anecdóticas más que ideológicas. Por ello no es casual que el tema de las coaliciones nutran el debate de los actores políticos.

Las fuerzas de izquierda no escapan a este funeral ideológico. El drama para el PRD es que su pragmatismo le ha jugado en contra: los que añoran las banderas abandonadas se quedan en casa reiventando sus ideales; en tanto que los aliancistas, revistiendo caracteres dramáticos, en una práctica tribal, golpean sartenes y cacerolas para que la luna se coma al sol.

El PRD era la casa que acogía a todos aquellos ex socialistas, ex comunistas, socialdemócratas, otros tantos sin disciplina partidaria pero identificados con las luchas obreras o campesinas, que demandaban una organización política moderna que superara religiones totalitarias y conformara un proyecto de país democrático.

La dirigencia actual no significa renovación alguna; es el mismo personal político; años más, años menos, que ha protagonizado la historia del partido desde su fundación. Un partido que se ha anquilosado en sus mismos discursos y en sus viejas prácticas.

La izquierda de este siglo no ha podido dar respuesta a problemas situados ahora en el contexto de la globalización y, abandonados sus programas de formación de cuadros, busca alianzas que solo fortalecen a sus nuevos compañeros de viajes, viejos adversarios.

Guerrero exige un partido de izquierda capaz de renovarse, reconstruir lealtades, volver acercarse a la sociedad civil. La mayor contribución histórica de la izquierda a la democracia ha sido su permanente lucha contra la desigualdad social, su congruencia política en el debate y su agudo diagnóstico de la realidad mexicana.

Bajo criterios aritméticos y con el único argumento de no dejar que vuelva el PRI a Casa Guerrero, hoy, un gran número de dirigentes pugnan por una coalición con partidos que apenas ayer eran la antitesis de su ideología.

¿Existe todavía la izquierda electoral o es sólo una nuez vacía?, ¿tiene contenido el discurso de izquierda en un viejo edificio que requiere reconstruirse o demolerse?

La figura del boxeador golpeado y que sólo habla incoherencias es una adecuada figura para entender los resultados electorales para la izquierda el pasado 4 de julio. Y como la lengua suele ser más rápida que el pensamiento, a veces salen de sus dirigentes estas declaraciones: “la coalición funcionó”, sin preguntarse para quien.

La digestión política es siempre más elaborada.

En los hechos, el PRD contribuyó a que en tres estados de la República triunfaran candidatos que en la práctica se identifican con el presidente de la República, más allá de la relación institucional. Ninguno de ellos era militante de este partido. Esta es una realidad ineludible que no se le puede disfrazar ni adornar. En una praxis política de una verdadera izquierda es una aberración estratégica el haber apoyado estas candidaturas. Sin esparcirse la polvareda de la jornada electoral, el PRD no tuvo que esperar el objetivo del viaje aliancista. La eufórica declaración de César Nava, dirigente nacional del PAN, fue contundente: “después de esto, podemos afirmar que el presidente Calderón entregará la banda presidencial a una o un panista en 2012”. En política sumar no es como en la aritmética, a veces lo que parece ser una suma es en verdad una resta.

Los sectores populares ven en esas alianzas componendas oportunistas que definitivamente dan hegemonía a los beneficiarios de la pobreza extrema en que viven millones de mexicanos. La historia ha demostrado que en esta colaboración de clases, el único que pierde es el pueblo en tanto que el partido que dice representarlos, se desfigura.

Dos elecciones presidenciales son prueba suficiente de que es posible ser exitosos en los procesos electorales con un amplio movimiento progresista, con un ideario programático que de identidad a la propuesta. Esta es una innegable alternativa con posibilidad de éxito. ¿Por qué seguir machacando que en sin tetas no hay paraíso?

Este no es el momento más glorioso del PRD, pero caramba, alguien tiene que hacer algo para no seguirlo enterrando. No se trata de “borrón y cuenta nueva”, pero sí de analizar de manera precisa la realidad concreta, cambiante, como dirían los marxistas de antaño.

Amalgamado con el PAN, el PRD probablemente conserve espacios políticos testimoniales y los privilegios para la elite dirigente, pero como propuesta política de transformación nacional, no tiene futuro.

En definitiva, si sumar fuerzas es la consigna no se ve otro camino en el corto plazo sino el de reafinar y ampliar lo que fueron las fuerzas fundacionales del PRD: la gente, las bases todavía están ahí, y los problemas sin resolver también.

En lo sustancial el camino no debe emprenderse poniendo delante la carreta de los bueyes, o en otras palabras, el tema de discusión no debe ser si regresa o no el PRI a los Pinos, sino la reconstrucción de un amplio movimiento de centroizquierda, capaz de disputarle el poder político a la derecha –de cualquier color– y, sobre todo, hacia donde se quiere caminar.

4 de julio de 2010

La Cultura de la Guerra

La educación es uno de los temas más importantes de nuestra actualidad y de los que, de alguna forma, nos urgen a todos aquellos que queremos una sociedad más civilizada, más pacífica, justa e igualitaria. La educación es el instrumento lógico de transformación de la sociedad, si se quiere que esa transformación se lleve a cabo sin violencia, sin recurrir a la coacción, y que surja verdaderamente desde dentro de la sociedad hacia fuera y no que se imponga desde fuera de una manera brutal o coactiva.

Es oportuno abordar el tema de la violencia y la única forma de hacerlo es por medio de la educación, no solamente, por supuesto, en las escuelas, sino también en las familias y en los medios de comunicación, que tienen una dimensión educativa; educación también para los políticos que deberían desempeñar una cierta función ejemplificante.

En lo que parece ser una asignatura extracurricular, en la primaria José Martí, en la ciudad capital, el pasado jueves se dio inicio a los “cursos de capacitación a menores de edad para enseñarles como reaccionar ante una balacera, consistentes en simulacros de tiroteo, en donde toman parte alumnos, personal docente y administrativo”.

Para el siguiente ciclo escolar, se advierte, “se continuará con la aplicación de los simulacros en todos los planteles educativos de Guerrero como parte del programa Escuela Segura y piden a los padres de familia no alarmarse ante esta medida que tiene el objetivo de prevenir. Debemos mandar la señal de que no hay nerviosismo, ni tenemos una situación de emergencia; como estos simulacros son los de los temblores. Hay que verlos desde ese punto de vista”, agrega el funcionario de la Secretaría de Educación.

En la página del Centro Nacional de Prevención de Desastres, expone que su principal objetivo es “promover la aplicación de las tecnologías para la prevención y mitigación de desastres; impartir capacitación profesional y técnica sobre la materia, y difundir medidas de preparación y autoprotección entre la sociedad mexicana expuesta a la contingencia de un desastre”. ¿Sabes qué hacer antes, durante y después de un sismo? Se cuestiona en la página del Sistema Nacional de Protección Civil. “Requerimos en el corto plazo reducir la vulnerabilidad de los sistemas afectables y mitigar los efectos del sistema perturbador, mediante la formulación de mecanismos coordinados de acción social e interinstitucional que nos permitan actuar sistematizadamente antes, durante y después de la presencia de una amenaza de esta naturaleza”, señala el Sistema de Alerta Temprana, “que permitan responder de forma inmediata a las necesidades urgentes de la población para protección de la vida y la salud, ante la inminencia de que ocurra un desastre natural o ante la ocurrencia del mismo”.

Acertadamente, estas acciones sociales e interinstitucionales, han llevado a muchos países como Japón y Chile, por ejemplo, a desarrollar una cultura sísmica, por ser fenómenos, si bien previsibles en algunos casos, imposibles de evitar. Pero el combate a la delincuencia y sus efectos secuenciales en el entorno son otra cosa ¿Son la violencia del narcotráfico y las pugnas por el mercado de distribución y consumo un desastre que no se puede evitar por lo que hay que tomar estas medidas preventivas para disminuir sus efectos? ¿Esto explica que tengamos que preparar a nuestros niños sobre el cómo comportarse en casos de “fuego cruzado” entre bandas de la delincuencia organizada o entre estas y las fuerzas del Estado? Después del adiestramiento básico, ¿a qué etapa pasaremos? ¿De los programas de prevención pasaremos a los planes de defensa en las escuelas? ¿Debemos acostumbrarnos a una cultura de la guerra?

Estas líneas no son para acusar, sino para defender la identidad y legitimidad de la escuela como centro de educación para la vida, que supone una relación pedagógica, desde un “nosotros”, en la que todos debemos incluirnos. La escuela debe habitarse con ideas y propuestas que permitan conducir a los alumnos a un México mejor, de paz y de progreso. Sembrar la cultura de la guerra en las aulas no es el mejor camino para la libertad, al contrario, su implementación está más cercana a la antienseñanza.

Es cierto que la seguridad ha llegado a un punto intolerable y la delincuencia organizada ha infiltrado a las instituciones del Estado de manera alarmante, pero esas perversiones de nuestra vida democrática deben ser enfrentadas con las fuerzas creadas para ello y no con prácticas de “prevención” en las aulas, que podrían tener efectos opuestos a los buscados.

Si nuestro drama inicia con la fragilidad de nuestras instituciones y de sus cuerpos de seguridad, ahí debemos enfocar la estrategia. Es riesgoso embarcarnos en aventuras de otra naturaleza, aunque sean bienintencionadas. Ojalá no lleguemos a situaciones como la tragedia en El Salvador, abordadas magistralmente por el cineasta mexicano Luis Mandoki, que destaca el uso de niños en aquella guerra en que se vieron involucradas “Voces Inocentes”.