18 de julio de 2010

El Reino Político

La política debiera ser una actividad noble, pero cuando se trata del poder por el poder, sin objetivos, se prostituye y se precipita a los bajos fondos. Es cierto que la política no es un asunto de monjes epicurianos –que buscan el placer y evitan el dolor– sino una actividad social que, a veces, exige ensuciarse las manos, por lo que no siempre la ética congenia con el poder; pero la relación de los políticos con la inmoralidad pública, termina eliminando a la política.

Esto es un poco de lo que ha venido ocurriendo en México.

Los partidos políticos son necesarios para la democracia siempre y cuando canalicen las expectativas de los ciudadanos hacia el Estado; por ahora, en nuestra democracia deficiente sólo existe la hegemonía de las plutocracias, las oligarquías y las castas.

El quehacer político en sí, muestra síntomas de decadencia; de una u otra forma, en el fondo la mayoría de los partidos políticos han sido repudiados por los ciudadanos, repudio que se manifiestan especialmente en la abstención, por considerar que todos ellos han sido partícipes de la llamada democracia de los acuerdos que excluye a la soberanía popular.

La política de hoy es manejada por burócratas. La política es una verdadera jaula de hierro weberiana. “El reino político no es un reino de santos. Un político no debe ser un hombre de la ética cristiana verdadera, es decir, la de ofrecer la otra mejilla”, nos dice Max Weber; de ahí que en los partidos las instancias democráticas se han convertido en una burla a los pocos militantes que continúan en ellos. Lo que interesa a las corrientes es dominar la dirección política para poder así repartirse el botín parlamentario y de la administración del Estado. Los partidos están amarrados por un corsé institucional que los obliga a hacer política dentro de los marcos del autoritarismo, de ahí su incapacidad de atraer a los ciudadanos.

¿A qué se debe este deterioro? En primer lugar, los partidos políticos han ido perdiendo la ideología, sólo practican el pragmatismo más ramplón; en segundo lugar, adolecen de militancia activa y únicamente están compuestos por funcionarios; en tercer lugar, son burocracias, como las jaulas de hierro weberianas; los directivos tienen como función primordial el reparto del botín. Hay más mercenarios y condottieris (capitanes de tropa que no están ligados precisamente por lazos patrióticos) que idealistas. Por eso es explicable que en los partidos convivan, sin problema alguno, personajes de los más diversos orígenes y creencias, que hacen muy difícil, para el lego, captar qué los une que no sea la ambición del poder. De ahí la pérdida de una base social que les de sustento.

En toda decadencia lo viejo se niega a morir; los líderes y dirigentes, acostumbrados a manejar al partido les es muy difícil cambiar los hábitos adquiridos por tan largo periodo. Esto es lo que está ocurriendo en México; son consubstancialmente incapaces de cambiar y, así, despertar alguna esperanza a los electores.

En una política banalizada quienes dominan son los profesionales de la política, los de siempre, acompañados de operadores políticos, cuya única capacidad se reduce a reagrupar los liderazgos de siempre, por lo que no es casual que la lucha política se reduce al canibalismo; se trata de aniquilar al rival para conservar o ganar el poder; cada dirigente actúa más en razón de intereses personales y de grupo, que el bien común del partido. “Nadie lucha por lo que no va a ser suyo”. Esto es, “mientras el funcionario profesional vive de la política, el verdadero líder político, el político de gran calibre, vive para la política”.

El caso particular del Partido de la Revolución Democrática, éste no ha dejado de ser adolescente, en el fondo sigue siendo un partido instrumental, que no es ni la sombra de la agrupación revolucionaria soñada por sus fundadores; hoy sólo se trata de humanizar el neoliberalismo y, sobre todo, de convertirse en un partido gobernante que se distribuya los cargos. Ya nada queda del debate que caracterizó a este partido. Si bien hay algunos que mantienen los postulados de izquierda, éstos son rápidamente opacados por el poder burocrático y autoritario de la dirección.

El drama de los partidos no solo está en la dirigencia, sino en el extravío ideológico, pérdida de rumbo, falta real de militantes y burocratismo de sus facciones. Poco se puede esperar de una política tan estrecha como la actual. Estamos muy lejos, lamentablemente, de una redignificación de la política.

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