La educación es uno de los temas más importantes de nuestra actualidad y de los que, de alguna forma, nos urgen a todos aquellos que queremos una sociedad más civilizada, más pacífica, justa e igualitaria. La educación es el instrumento lógico de transformación de la sociedad, si se quiere que esa transformación se lleve a cabo sin violencia, sin recurrir a la coacción, y que surja verdaderamente desde dentro de la sociedad hacia fuera y no que se imponga desde fuera de una manera brutal o coactiva.
Es oportuno abordar el tema de la violencia y la única forma de hacerlo es por medio de la educación, no solamente, por supuesto, en las escuelas, sino también en las familias y en los medios de comunicación, que tienen una dimensión educativa; educación también para los políticos que deberían desempeñar una cierta función ejemplificante.
En lo que parece ser una asignatura extracurricular, en la primaria José Martí, en la ciudad capital, el pasado jueves se dio inicio a los “cursos de capacitación a menores de edad para enseñarles como reaccionar ante una balacera, consistentes en simulacros de tiroteo, en donde toman parte alumnos, personal docente y administrativo”.
Para el siguiente ciclo escolar, se advierte, “se continuará con la aplicación de los simulacros en todos los planteles educativos de Guerrero como parte del programa Escuela Segura y piden a los padres de familia no alarmarse ante esta medida que tiene el objetivo de prevenir. Debemos mandar la señal de que no hay nerviosismo, ni tenemos una situación de emergencia; como estos simulacros son los de los temblores. Hay que verlos desde ese punto de vista”, agrega el funcionario de la Secretaría de Educación.
En la página del Centro Nacional de Prevención de Desastres, expone que su principal objetivo es “promover la aplicación de las tecnologías para la prevención y mitigación de desastres; impartir capacitación profesional y técnica sobre la materia, y difundir medidas de preparación y autoprotección entre la sociedad mexicana expuesta a la contingencia de un desastre”. ¿Sabes qué hacer antes, durante y después de un sismo? Se cuestiona en la página del Sistema Nacional de Protección Civil. “Requerimos en el corto plazo reducir la vulnerabilidad de los sistemas afectables y mitigar los efectos del sistema perturbador, mediante la formulación de mecanismos coordinados de acción social e interinstitucional que nos permitan actuar sistematizadamente antes, durante y después de la presencia de una amenaza de esta naturaleza”, señala el Sistema de Alerta Temprana, “que permitan responder de forma inmediata a las necesidades urgentes de la población para protección de la vida y la salud, ante la inminencia de que ocurra un desastre natural o ante la ocurrencia del mismo”.
Acertadamente, estas acciones sociales e interinstitucionales, han llevado a muchos países como Japón y Chile, por ejemplo, a desarrollar una cultura sísmica, por ser fenómenos, si bien previsibles en algunos casos, imposibles de evitar. Pero el combate a la delincuencia y sus efectos secuenciales en el entorno son otra cosa ¿Son la violencia del narcotráfico y las pugnas por el mercado de distribución y consumo un desastre que no se puede evitar por lo que hay que tomar estas medidas preventivas para disminuir sus efectos? ¿Esto explica que tengamos que preparar a nuestros niños sobre el cómo comportarse en casos de “fuego cruzado” entre bandas de la delincuencia organizada o entre estas y las fuerzas del Estado? Después del adiestramiento básico, ¿a qué etapa pasaremos? ¿De los programas de prevención pasaremos a los planes de defensa en las escuelas? ¿Debemos acostumbrarnos a una cultura de la guerra?
Estas líneas no son para acusar, sino para defender la identidad y legitimidad de la escuela como centro de educación para la vida, que supone una relación pedagógica, desde un “nosotros”, en la que todos debemos incluirnos. La escuela debe habitarse con ideas y propuestas que permitan conducir a los alumnos a un México mejor, de paz y de progreso. Sembrar la cultura de la guerra en las aulas no es el mejor camino para la libertad, al contrario, su implementación está más cercana a la antienseñanza.
Es cierto que la seguridad ha llegado a un punto intolerable y la delincuencia organizada ha infiltrado a las instituciones del Estado de manera alarmante, pero esas perversiones de nuestra vida democrática deben ser enfrentadas con las fuerzas creadas para ello y no con prácticas de “prevención” en las aulas, que podrían tener efectos opuestos a los buscados.
Si nuestro drama inicia con la fragilidad de nuestras instituciones y de sus cuerpos de seguridad, ahí debemos enfocar la estrategia. Es riesgoso embarcarnos en aventuras de otra naturaleza, aunque sean bienintencionadas. Ojalá no lleguemos a situaciones como la tragedia en El Salvador, abordadas magistralmente por el cineasta mexicano Luis Mandoki, que destaca el uso de niños en aquella guerra en que se vieron involucradas “Voces Inocentes”.
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