Las grandes tareas de este mundo reclaman una gran, una infinita paciencia, y prudencia en los usos del poder. Nada amenaza tanto a la
democracia y a la convivencia civilizada que las convulsiones de una gestualidad y oratoria ridícula, por querellas personales.
La política no debe ser extraviada en los vericuetos, la insignificancia y las ambiciones menores. El destino de la política debe ser otro.
La estridencia y la nota de escándalo no cambia nada, pero llama la atención, sobre todo cuando se agotan resultados del gobierno, que sustenten la vida pública y la razón de ser de la política.
Ni omisos ni ingenuos es el compromiso a lo que estamos convocados, reconocer que, además de la aritmética de mayorías y minorías, la democracia se nutre de responsabilidad individual y colectiva.
En política no hay amigos ni enemigos, solo debe haber la sujeción a la ley, reconociendo los intereses complejos y la urgencia de justicia eficiente. Ese “maldito deber” como lo llama Schopenhauer, empieza con el gobernante.
Reflexionemos la política en Guerrero, sin golpes de campana ni declaraciones ruidosas que solo ensordecer. Para intentar hacerlo, basta con cierta curiosidad intelectual, además de gozar de un estómago duro que aguante la acidez de los hechos. Escribe Humberto Eco que Napoleón no habría sido derrotado en Waterloo si en su tiempo hubiera existido el Melox. Ahora contamos con antiácidos más fuertes, así que cualquiera puede lanzarse a la aventura de este ejercicio.
El momento exige entender la realidad tal como es, explicarla, aunque no nos guste ni entusiasme, alejados tanto de la apología y la complacencia como del dogmatismo y la cerrazón. La política en Guerrero no ha sido campo fértil en el que se cosechen buenos gobernantes. Nuestros días de grandeza, en una paradoja indescifrable, los vivimos solo en los tiempos de tragedia. El dolor compartido, el asombro y el temor es lo único que nos mantiene unidos.
En el terreno de lo político todo es grisura, perversidades estériles y exhibición de pequeñas ambiciones. Estos desechos se revuelven en las aguas quietas o embravecidas de los partidos;; se deshacen momentáneamente, lo que puede hacer creer en su trasparencia o las mantienen tan turbias que hacen impenetrable el menor rayo de luz. Esto hace común que la política en Guerrero sea una guerra de todos contra todos, prevaleciendo los desechos. No se puede jugar con el interés público en aras de pasiones y querellas personales. Eso empobrece y empequeñece la política.
Da flojera leer declaraciones o comunicados de prensa de dirigentes en torno a los temas de moda de nuestra entidad, sin visión de futuro, en la inmediatez, producto de secuelas etílicas de la noche anterior y no de la reflexión, lo que ratifica el hecho de que si bien vivimos en el tiempo, siempre estamos a destiempo.
Guerrero requiere, desde tiempo atrás, un régimen democrático edificando lentamente, con paciencia e impaciencias, que asegura la vigencia de las leyes, que prevenga la guerra de todos contra todos. Es la “forma histórica de la unidad de un pueblo” como lo definió Carl Schmitt. Una forma que a partir de lo diverso se haga efectiva cada día la convivencia. Solo bajo el orden constitucional, el Estado ha podido ofrecer las conjunciones políticas requeridas por la pluralidad, las cuales se actualizan y renuevan mediante el dialogo o el debate de altura.
En la democracia, esa es la promesa de la Constitución y ese debe ser nuestro destino.
El sufragio no nos ha hecho mejores, falta la eficiencia y la honradez de los gobiernos emanados de él. La degradación política que padecemos se debe en mucho al ascenso de ineptos.
La intolerancia política y la ocurrencia llevada al extremo son peligros a combatir. La sociedad guerrerense exige una democracia de calidad, compleja y diferenciada, con sus retrasos ancestrales, sin aspavientos y sin un solo tiro.
El siguiente paso –que como se ve, no es fácil-, es sepultar la demagogia, conciliar transparencia, como dimensión ética, con la responsabilidad. No tenemos más riendas ni bozales. Empecemos reformando el discurso político.
Las duras lecciones de experiencias que no deben repetirse, demandan una manera diferente de gobernar y de hablar, la reforma pendiente en Guerrero. Nuestra reforma doméstica.
Ya no se puede gobernar así, las palabras tienen que recuperar su fuerza;; “reforma” significa volver a formar, rearticular, encontrar goznes nuevos.
La razón unánime y la verdad absoluta del gobernante está agotada y el argumento de autoridad se hizo obsoleto.
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