12 de marzo de 2015
Democracia y Movilidad Social
“Los mexicanos estamos ante un régimen peculiar donde las élites económicas tienen más poder que nunca, y los políticos mueren de ganas de pasar a ser lo antes posible parte de ellas”.
Los modos que ordenan y reproducen el poder, destinan a nuestra juventud a un preocupante futuro de desempleo o subempleo. Esto es una realidad difícil de negar.
Desde 1997 México dejó de ser un país de un solo partido y por lo tanto de una sola puerta para acceder al poder, de ahí que deba afirmarse que en los comicios de julio de aquel año vio su fin el régimen que nació durante el lustro previo a la Segunda Guerra Mundial. A ese arreglo político que dominó durante la mayor parte del siglo XX se le bautizó como el régimen de la revolución. ¿Cómo llamar al nuevo régimen que emerge después de él? La mayoría de los mexicanos afirma que esto no es una democracia, sino otra cosa. Esto se debe a que muchos de los privilegios de antes, lograron transitar a la nueva época y se han visto robustecidos en todos los partidos; hoy las élites son más presuntuosas que antes; su reproducción es más grotesca, la impunidad presente a lo largo de la historia mexicana es más visible, lo mismo que la corrupción.
Las razones que explican la inmovilidad social son varias y juntas conspiran para que sea persistente: Tasa de crecimiento pobre, concentración de la riqueza, Estado ineficaz para redistribuir el ingreso, corrupción dentro del gobierno, funcionarios codiciosos, informalidad y precariedad en el empleo, perversión de la democracia y una grave asimetría regional.
Tardamos mucho tiempo para llegar ahí y poco para darnos cuenta que nada ha cambiado. La relación del poder y la economía de compadres fundó las grandes fortunas del siglo pasado, hoy ese mismo acuerdo construye fortunas en unos cuantos días.
Antes, el país fue discriminatorio, hoy lo es más, pero el discurso demagógico tiene más voceros. Las desigualdades siguen siendo abismales. Antes la movilidad social era un propósito de la democracia, hoy de plano, las oportunidades se han cancelado.
Los mexicanos estamos ante un régimen peculiar donde las élites económicas tienen más poder que nunca, y los políticos mueren de ganas de pasar a ser lo antes posible parte de ellas. Por ello la política es tan atractiva; garantiza riqueza e impunidad.
Si la política es pedagogía, estamos en los peores modelos de la educación. Formamos parte de una generación dedicada a hablar largas horas sobre la desigualdad, hoy somos más “Los hijos de Sánchez” que cuando el antropólogo Oscar Lewis publicó el libro que exhibió nuestras miserias, inconformando a la clase política y al presidente de la República.
Dejamos de ser un país propiamente rural, para convertirnos en ciudades urbanas con sus cinturones de miseria con altos índices de delincuencia y prostitución. Son más las universidades, pero sus egresados no encuentran empleos debidamente remunerados, de ahí que muchos de ellos se incorporan a la economía informal, porque la educación sin un entorno que fomente el empleo produce muchos taxistas y vendedores ambulantes de sorprendente cultura, pero poca riqueza personal o nacional.
Si uno de los propósitos de la democracia es garantizar los mínimos de bienestar a la población, la democracia ha fracasado. Si la educación superior era una condición para la movilidad social, también nuestro sistema educativo es cuestionable, ya que el ser profesionista no incide en el incremento económico familiar, por la imposibilidad de colocarse en empleos remunerativos.
“La movilidad educativa se traduce en movilidad socioeconómica medida a partir de los ingresos de la población. A menor nivel educativo de los padres, mayor es el impacto positivo del progreso educativo sobre los ingresos de las generaciones subsecuentes. Gracias al acceso a la educación, el nivel de bienestar de las actuales generaciones depende cada vez en menor medida de la posición social de su hogar de origen” (Educación y Movilidad social en México), leíamos los economistas en
formación de la segunda mitad del siglo XX.
Pero nuestra realidad subraya que miles de matrimonios de jóvenes profesionistas –con maestrías y doctorados- siguen viviendo en el hogar de sus padres ante la imposibilidad de encontrar empleo o adquirir una vivienda.
Sin embargo, hay una diferencia en este México “democrático” que emerge a partir de las series de reformas electorales: Hoy son más los partidos políticos con prerrogativas millonarias y más los políticos ricos. ¿Cómo explicarles esto a nuestros hijos cansados de asistir a las ferias del empleo, sin que nos arriesguemos a respuestas irrespetuosas? ¿Cómo nombrar a un régimen que lleva poco menos de veinte años, donde hay elecciones y los cargos se obtienen gracias a la representación de los votos, pero al mismo tiempo conserva la herencia como mecanismo clave para obtener el liderazgo?
¿Cómo explicarles que aquella generación emergente de líderes universitarios y sociales, que cuestionaron la permanencia del partido de Estado, hoy se han perpetuado en la dirección de los partidos de izquierda que, en las mismas prácticas, con sus hijos y esposas se reparten nuestro sistema de representación?
La verdad es que nunca se propusieron cambiar el país, sino estar en el lugar de ellos para disfrutar de la riqueza ilegal y los privilegios inmorales que da el poder. No era el reclamo de justicia lo que los movía.
Si “la democracia es el sistema menos malo de los sistemas políticos” como afirmó Winston Churchill, no debe ser consuelo para los jóvenes que esperan una oportunidad, a la que tienen derecho.
aresza2@hotmail.com
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