26 de marzo de 2015
La grandeza de Juárez
“Juárez, el tenaz Juárez, creyó que vale más en política, estar divididos por principios, que reunidos por apetitos. Fue su intransigencia el principal elemento de su triunfo”.
Si Cuauhtémoc fue el último gesto histórico de la nación indígena vencida, Juárez es el ademán vital de la resurrección que coloca a México en un plano de igualdad política con las potencias de su tiempo.
¿Qué define a este personaje, el más importante de la historia, a quien tanto se invoca en discursos? ¿Qué caracterizó a un hombre que sólo medía 1.37 metros?
Muchos de sus biógrafos destacan su obra (Ralph Roeder, Justo Sierra, et. Al), pero hoy me quedo con Rafael de Zayas Enríquez, con su Benito Juárez, su vida y su obra, porque de manera sencilla, como lo era el oaxaqueño, resume anécdotas que ponen en su justa dimensión la grandeza de Benito.
Fue diputado al Congreso de la Unión en 1846 y un año después asume la gubernatura de Oaxaca. México se debate en los horrores de la discordia civil y Juárez padece destierros, persecuciones y más de una vez su vida se pone en peligro. Vive algún tiempo en Nueva Orleáns, en donde se gana la vida torciendo tabaco. En febrero del año de 1854, se proclama el Plan de Ayutla, obra de los liberales, al que se unen militares, poetas, escritores, novelistas, periodistas y otros pensadores. Juárez regresa al país para unirse a los revolucionarios.
Camino al campamento, sorprende a Juárez una tormenta. Como viaja sin equipaje, acepta el modesto cambio de ropas de soldado –calzón y cotón de manta, con unos botines y una frazada- que le ofrecen en el campamento rebelde. Nadie lo reconoce ni él se identifica. En la secretaría particular del general en jefe, don Juan Álvarez, presta modestos servicios, redactando cartas que luego presenta para su firma, con la mayor humildad. Un día llega una carta dirigida a Benito Juárez. Sólo entonces se identifica. Cuando le preguntan por qué no lo había hecho, responde: “Sabiendo que aquí se peleaba por la libertad, vine a ver en qué podía ser útil. Eso es todo”.
Juárez, el tenaz Juárez, creyó que vale más, en política, estar divididos por principios, que reunidos por apetitos. Fue su intransigencia el principal elemento de su triunfo.
Los principios que Juárez proclamaba en público, los practicaba en la vida íntima. Se escribe que en un baile que le ofrecieron en Oaxaca, siendo gobernador del estado, y al que concurrió con su familia, un joven estudiante, humilde, invitó a la señorita Manuela, primogénita de Juárez, a que bailara con él. La joven se excusó argumentando que esa noche no bailaría, cosa que advirtió don Benito. Poco después la joven se levantó a bailar con otro caballero, pero su padre le salió al encuentro, le recordó lo dicho al estudiante, y le dijo a su hija que mientras no bailara con aquél a quien injustamente había desdeñado, no le permitiría hacerlo con otra persona. Accedió la señorita Manuela, fue don Benito en busca del estudiante y en nombre de su hija le suplicó que bailara con ella.
La señorita Felicitas, otra de sus hijas, contrajo matrimonio con don Delfín Sánchez. Un día se presentó en casa del señor Sánchez un juez de lo civil, acompañado con el personal del juzgado para ejecutar una providencia. El señor Sánchez se molestó, se hizo de razones con el juez, lo injurió de palabra, primero y, al fin, de obra. El funcionario judicial se retiró y dictó en seguida orden de aprehensión contra el señor Sánchez. Queriendo cumplir con un deber de cortesía, fue a ver a Juárez y le dio parte de la falta cometida por su yerno.
-¿Qué providencia ha tomado usted? Le preguntó don Benito con su calma habitual, mirándole fijamente.
-He mandado a aprehender al señor don Delfín Sánchez, y espero que a estas horas se haya cumplido la orden.
-Está bien –repuso don Benito.
Momentos después se presentó desolada la esposa del señor Sánchez, rogando a su padre que interpusiese su alta influencia para que se devolviese inmediatamente la libertad al detenido. Juárez oyó tranquilamente a su hija, y cuando concluyó de hablar, le contestó:
-Imposible es complacerte, la ley me lo prohíbe. Tu marido ha cometido una falta y preciso es que sufra el castigo consiguiente.
Yo y todos los míos somos los que estamos más obligados a dar ejemplo de respeto a la ley, y los que debemos ser más severamente castigados por el desacato a esa misma ley.
Juárez fue un excelente amigo; pero los deberes de la amistad, concluían donde empezaba el imperio de la ley.
Guardaba toda clase de consideraciones a sus subordinados y aun a sus sirvientes. Cuando estuvo su esposa gravemente enferma, pocos días antes de morir, una noche quedó Juárez a la cabecera de su cama, acompañándola, con alguna de sus hijas. El cuartel de zapadores quedaba entonces contiguo a la habitación que ocupaba la familia, en la calle de la Moneda, y un perro del batallón comenzó a ladrar con insistencia, durante largo rato, molestando a la enferma, quien suplicó a su esposo mandase un criado para que lo hiciera callar. Juárez consideró que la servidumbre estaba durmiendo, cansada por las labores del día, y no quiso perturbar su sueño. Se envolvió en su capa, salió a la calle, fue al cuartel e indagó con el capitán de la guardia por qué ladraba el perro, y al saber que lo hacía porque estaba amarrado, le suplicó que lo soltase para que no siguiera ladrando.
Esto parece una nimiedad pero en el fondo es un rasgo que ayuda a conocer el carácter de Juárez íntimo.
Como estos rasgos hay muchos que dieron cuenta los periódicos de la época y otros que no alcanzaron publicidad, que demuestran la inflexible rectitud de aquel hombre sin igual.
aresza2@hotmail.com
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