La pobreza en nuestros países tiene una estrecha relación con el saqueo generalizado, desde 1492. Junto a la explotación indígena, tan sólo en los primeros 150 años de conquista, 17 mil toneladas de plata y unas 200 toneladas de oro arribaron a España y potenciaron el incipiente desarrollo comercial, manufacturero y financiero que abrió las puertas a la Revolución Industrial. El saqueo de nuestras economías y la violencia no es nuevo. Situación que explica los insondables abismos que se abren entre los muchos pobres y los pocos ricos de la región.
Sería extenso contar la historia del saqueo de nuestros países y a la vez apuntar el funcionamiento de los mecanismos actuales del despojo, desde los conquistadores en sus carabelas, hasta las elites políticas que gobiernan nuestros países. Recuerdo que hace algunos años, un presidente de Zaire, llamado Mobutu, fue denunciado porque tenía 8 mil millones de dólares depositados en un país de Europa, mientras su pueblo prácticamente moría de hambre.
Sólo en América Latina, en los últimos años, los gobernantes Fernando Collor de Melo, en Brasil; Alberto Fujimori, en Perú; Carlos Andrés Pérez, en Venezuela; Alfonso Portillo, en Guatemala, por cierto egresado de la carrera de derecho de la Universidad Autónoma de Guerrero, quien llegó a la presidencia con la promesa de distribuir la riqueza en el empobrecido país; o Carlos Menem, en Argentina, salieron o fueron perseguidos por haber practicado verdaderos saqueos en los gobiernos que encabezaron.
Sólo para ilustrar el esquema de desvío y lavado de dinero público, el fiscal Preet Bharara, de la Agencia Antidrogas en Manhattan, señaló que el expresidente José López Portillo transfirió a un banco de Miami, Florida, un millón de dólares (de los 2.5 millones donados por la embajada de Taiwan) originalmente destinados a la compra de libros del proyecto Bibliotecas para la Paz. De ahí el dinero fue enviado a México y distribuido en cuentas de la ex esposa del mandatario, María Eugenia Padúa, y a la hija de ambos, Otilia Portillo.
Eso no puede continuar. Algunos de los principales bancos y empresas financieras estadunidenses, entre ellos Wells Fargo, Bank of America, Citigroup, American Express y Western Union, han lucrado durante años con el lavado de fondos provenientes del narcotráfico y sólo pagan multas mínimas, sin que ningún ejecutivo sea encarcelado cuando las autoridades logran detectar el negocio ilícito.
En el caso de Wachovia Corp, antes el sexto banco de Estados Unidos, comprado por Wells Fargo en 2008, y que ahora fusionado es el banco con mas sucursales en Estados Unidos, admitió ante un tribunal que Wachovia no vigiló ni informó sobre actividades sospechosas de lavado de dinero por narcotraficantes, incluyendo fondos para la compra de por lo menos cuatro aviones en Estados Unidos, que transportaron un total de 22 toneladas de cocaína.
La misma institución bancaria norteamericana admitió que no hizo lo suficiente para detectar fondos ilícitos por más de 378.4 mil millones de dólares en sus negocios con casas de cambio mexicanas entre mayo de 2004 y mayo de 2007.
La fragrante desatención de las instituciones bancarias otorga una virtual carta blanca a los carteles internacionales de la cocaína para financiar sus operaciones. Se calcula que casi 30 mil millones de dólares en efectivo se mueven en la frontera mexicana con Estados Unidos y una parte de esos recursos son lavados en bancos de ambos países, desde donde los fondos son trasladados por todo el sistema financiero internacional.
Si los países ricos quieren realmente contribuir a resolver los problemas de los países pobres, que no acepten el dinero del narcotráfico ni el de los funcionarios de países donde se practican verdaderos saqueos. Que devuelvan ese dinero para ayudar a los pobres. Aunque “sería curioso que del seno mismo de donde nos viene el mal, naciese también el remedio”, proféticamente sentenciaba, hace más de un siglo, un canciller latinoamericano.
“Si uno no ve la correlación entre el lavado de dinero por los bancos y las 28 mil personas asesinadas en México durante este sexenio, no entiende el punto”, admitió Martin Woods, ex director de la Unidad Antilavado de dinero de Wachovia en Londres.
Ésta es la infinita cadena de violencia y la historia de nuestro atraso. Nuestra derrota estuvo y estará siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza alimenta la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. No podemos seguir creyendo en este desarrollo que solo desarrolla la desigualdad. La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás; por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será.
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