3 de septiembre de 2013

Una sociedad de privilegios



Los ricos no hacen huelgas, ni marchas o pliegos de peticiones; a los dueños del poder solo les basta tocar las puertas de alcaldes o gobernadores (si tienen tiempo) para que se les asegure sus pertenencias, para que sus beneficios queden a buen recaudo. A los dueños de los grandes medios de producción y de servicios se le hacen todas las concesiones. Esos que no tiene bandera, ni consigna y ni siquiera una canción nacional (porque el capital no tiene nacionalidad), no les hace falta protestar.

Hace algunos años Diego Fernández de Cevallos, acudió a las oficinas municipales a actualizar el pago de sus propiedades en la privilegiada zona Diamante de Acapulco.

El entonces alcalde porteño casi desfallece por la impresión. Al solícito economista acapulqueño, le bastaron pocos minutos para mostrar su "eficiencia". Los ricos no hacen filas interminables para recibir la atención que todo ciudadano debe merecer.

Los millonarios de este país no tienen ninguna necesidad de tomar Reforma, el Zócalo, la Plaza de la Revolución o "sitiar" Congresos, embajadas o la Bolsa Mexicana de Valores para defender lo que creen suyo; para ello disponen de las estructuras del poder en México.

Les molesta la protesta legitima de los marginados, toda inconformidad que provenga de los de "abajo" (campesinos, maestros, electricistas, estudiantes), les irrita a los dueños de este país. Las libertades tienen límites, repiten y convocan a las autoridades a restablecer el Estado de Derecho.

La pobreza, la defensa de la educación pública, del petróleo y del país, huelen mal a los que toman las verdaderas decisiones económicas y políticas y a los apologistas consuetudinarios de El Supremo, que con lucidez y valentía proverbial, describió Augusto Roa Bastos.

Somos un país caracterizado por el despojo y la miseria, que coexiste con los privilegios de una casta, de canonjías indebidas, que dispone de los recursos públicos con toda impunidad.

Desde la época de Echeverría, a alguien se le ocurrió premiar los servicios de los presidentes de la República con pensiones vitalicias (5.8 millones de pesos mensuales) y aparatos de seguridad y de oficina que involucraban a decenas de personas y millones de pesos del erario público. A cuenta de qué.

Somos el país que más paga a sus exmandatarios, la diferencia con el más cercano es de 600% que es el de Singapur (que percibe 1 millón de pesos), 500 con el de Suiza, 350% del Reino Unido y 250 puntos porcentuales con el de EEUU.

Fox dijo que necesitaba su pensión para poder vivir de algo. En estricta lógica republicana, debería suponerse que, antes de ser presidente, el ciudadano que llega a serlo vivía de un oficio o de un negocio. Luego de desempeñar su puesto debería volver a vivir de lo que vivía antes y no pretender que la sociedad, tan esquilmada ya de por sí, lo siga manteniendo.

Que esos gravosísimos privilegios se mantengan sólo demuestra que la nuestra no es una República de ciudadanos, sino una sociedad de privilegios.

aresza2@hotmail.com

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