4 de septiembre de 2014
Julieta Campos
Es difícil reseñar la vida y obra de Julieta Campos, una mujer fuerte, juvenil, trabajadora, una escritora de libros difíciles como “¿Qué hacemos con los pobres?” y “La forza del destino”, este último sobre la saga de su familia cubana, que abarca catorce generaciones. “Su lealtad a la literatura se jugaba en cada párrafo”, señala Fabienne Bradu.
Doctora en Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana y diplomada de la Sorbona de París, ganadora del premio Xavier Villaurrutia por su novela “Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina”, en 1974.
Julieta Campos nació en La Habana el 8 de mayo de 1932. Al principiar la década de los cincuenta se marchó a París como todos los latinoamericanos del mediodía del siglo que querían ser escritores. Ahí encontró a su compañero de toda su vida. “Conocí a mi mujer en la Casa de México, en París –recordó Enrique González Pedrero en el velorio-;; era una mujer bellísima, deslumbrante”. Desde entonces estuvieron juntos, regresaron a México para no irse y fueron parte de la inteligentzia que dio forma a este país, que dejaba atrás a la Revolución Mexicana. Fue profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México, fundadora de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán y directora de la Revista de la Universidad de México, a la que devolvió la brillantez de sus primeras épocas.
Sus juicios y sus fidelidades no oscilaban. En Tabasco se entusiasmó por el teatro indígena y campesino que promovió con fervor. El interés de Julieta por los campesinos, en realidad indígenas, la hizo escribir “La herencia obstinada”, sobre la tradición oral náhuatl, y dedicarse a un proyecto de integración y desarrollo de las comunidades indígenas a partir de su propia forma de vida.
Publicó varias novelas que fueron parte de la vanguardia literaria nacional y fue la exponente más destacada de una suerte de nouveau roman a la mexicana.
Su obra expresa un mensaje de ceñida emoción. “Razones y pasiones”, en dos tomos, así como “Reunión de familia”, fueron recientemente reeditadas por el Fondo de Cultura Económica. En “Una pasión compartida”, sus amigos recuerdan a esta figura definitoria.
Cuando su marido ganó la gubernatura en Tabasco, se entregó con furia al trabajo para conseguir el bienestar de los pobres. La justicia social se convirtió entonces en una de sus obsesiones, comprendió que el quehacer cultural era indispensable para consolidar el progreso económico.
Cuando finalmente dejó Tabasco se enfrascó en un estudio monumental, “¿Qué hacemos con los pobres?”, un ensayo de más de mil páginas en el que demuestra que la pobreza pende como espada de Damocles sobre la cabeza de cada uno de nosotros.
A Julieta le gustaba dibujar, privilegió el agua como tema principal de sus relatos, pero también a los gatos, que eran para ella, dice en su introducción a “Celina o los gatos”: “Esos seres suaves, ondulantes, crueles y tiernos, siempre imprevisibles, solitarios y nocturnos”.
El gato, símbolo de todo saber oculto y misterioso, es también emblema de libertad, manifiesta en su soberana independencia en relación con el hombre. El gato necesita de su soledad y sabe disfrutarla. William Butler Yeats lo llama “el más cercano pariente de la Luna”, aludiendo a su naturaleza nocturna.
Julieta murió el 5 de septiembre de 2007. Descubrió su enfermedad dos años antes pero su enorme vitalidad no le permitió tomársela en serio. Era fuerte, trabajó enérgicamente en el gobierno del Distrito Federal como secretaria de Turismo, convencida de que la Ciudad de México podía regenerarse y volver a ser un sitio agradable para los capitalinos.
“Julieta Campos, escribe Mauricio Merino, será recordada, sin duda, por su obra literaria. Fue una de las mejores escritoras mexicanas del siglo XX y su trabajo es parte de los orgullos legítimos de nuestro patrimonio cultural. Supluma era, a un tiempo, apasionada, exacta y delicada.
Debe ser leída varias veces, para disfrutarla mientras corren las palabras. Fue testigo silencioso de esa
transformación que la llevo de la ficción de la literatura a lautopía social”.
Amó a México e imaginó de éste, una realidad diferente, a partir de una participación efectiva: “La propuesta nuclear, afirmaba, es la participación democrática, como presupuesto para formular un proyecto más coherente con el país real. Nadie tiene las respuestas. Las respuestas hay que irlas construyendo, entre todos, con la experiencia de todos”. Fue una convencida de una democracia que no tiene a los partidos en el centro, sino a la sociedad.
aresza2@hotmail.com
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