1 de octubre de 2013

Acapulco: Entonces y Ahora



El puerto más bello que ofrecen las costas del Océano Pacifico, como lo describe el barón Alejandro de Humboldt, ha sido víctima muchas veces de los cataclismos. Los terremotos intensos y repetidos; las crecientes extraordinarias de la mar; los huracanes devastadores; los temporales que parecen diluvios, han arruinado muchas veces la ciudad que se llamó de los Reyes. Orozco y Berra afirma que: Acapulco ha padecido diez ruinas, tres de ellas por terremoto, otras tres por huracanes y el resto por creciente del
mar". Esto lo escribe Vito Alessio Robles en su Acapulco en la Historia y en la Leyenda, obra de consulta permanente.

Agrega: Uno de los terremotos más intensos fue el de 1776, que causó la destrucción total de Acapulco, sin perdonar a la maciza fortaleza de San Diego, asentada sobre rocas a orillas del mar. Las espesas murallas de los parapetos, los muros revestidos de las escarpas y contraescarpas y los polvorines se derrumbaron estrepitosamente en la feroz sacudida, como si fueran frágiles paredes de castillos de naipes. En la ciudad no quedó una sola casa en pie.


Este temblor arruinó de tal modo la ciudad, que se proyectó cambiarla a la pequeña península unida a tierra por el angosto istmo que separa a las bahías de La Langosta y de Acapulco.

La primitiva iglesia parroquial, construida en 1701, quedó en ruinas por los temblores de 1776 y fue mandada a demoler en 1784.

A veces, como en el año de 1732, al efecto destructor de los temblores se ha unido el de una creciente extraordinaria del mar. En 1787, el comandante de la fortaleza informó de una de estas mareas inusitadas en que el mar avanzaba y retrocedía sucesivamente sobre la costa, sin que interviniera el viento ni se observara un alto oleaje. Al mediodía el mar subió de nivel más de un metro; a las dos de la tarde, en cuatro minutos, bajó un poco más de tres metros y luego se volvió a levantar a la misma altura anterior en seis minutos, dejando completamente secos como cien metros de playa cada vez que el nivel descendía. A las cuatro de la tarde la marea subió cuatro metros, inundando el muelle y muchas casas. Este alarmante, misterioso e inexplicable sube y baja de las aguas del Pacífico duró veinticuatro horas, aunque después de las cinco de la tarde los movimientos y la altura de ellos fueran atenuándose más y más. Estas raras mareas causaron multitud de daños entre ellos la perdida de mercancías y de ganado que fueron arrastrados por las olas.

A todos estos cataclismos hay que añadir los fuertes temporales; verdaderos diluvios acompañados de huracanes que han destruido varias veces la ciudad de Acapulco. Estas copiosas lluvias, que duran varios días, constituyen para la ciudad un serio peligro, pues rodeada como está de altas montañas, dejan correr sobre ella verdaderos torrentes impetuosos que lo arrasan todo.

El 9 de agosto de 1810 se desató sobre Acapulco un fuerte temporal huracanado que echó por tierra 124 casas. Estos vientos huracanados, acompañados de nubes espesas cercanas a la tierra, sobre todo en agosto, septiembre y octubre, son conocidos con el nombre de vendavales. "Los vendavales -dice el barón de Humboldt- son tempestuosos, duros, acompañados de nubes espesas cercanas a la tierra, sobre todo en agosto, septiembre y octubre, que se descargan en diluvios de veinte a veinticinco días; estas lluvias abundantes destruyen las cosechas, mientras que los vientos del suroeste desenraizan los más grandes árboles. Yo he visto cerca de Acapulco, una ceiba, cuyo tronco tenía más de siete metros de circunferencia y que había sido abatida por los vendavales".

Hasta hace medio siglo, poco más o menos, parece que esta ciudad descansa de tantos cataclismos, escribió Alessio Robles en 1936.

La destrucción causada por los huracanes Paulina en octubre de 1997 e Ingrid y Manuel, agravadas por la ausencia de alertas, trae a la memoria colectiva nuestra vulnerabilidad.

aresza2@hotmail.com

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